El malaguismo vivió ayer un día único, como si no existiera un mañana en el calendario blanquiazul. Alargada previa, alegría, tensión y mucha pasión para aderezar una jornada única que será recordada con el paso de los años. No fue un día más, fue el día en que el Málaga CF abrazó los cuartos de final de la Liga de Campeones con fuerza.

Como si fuera una continuación del partido contra el Oporto, la afición malaguista volvió a mostrar sus mejores galas y con el grito de «Sí se puede» enarboló la bandera de la victoria desde el primer minuto buscando un triunfo que, aunque no llegó, tampoco se decantó del bando rival.

Cierto es que ante tan importante compromiso se presentaba la afición malaguista como novata, nueva en estas lides. Pero no en vano es considerada una de las mejores aficiones de España. La marea blanquiazul cumplió con todas las expectativas. Animó en los prolegómenos, se vació en la llegada del equipo, no lamentó incidentes con los rivales, participó en el gran mosaico de Champions -esta vez sí-, gritó durante el encuentro y se volcó al final del choque. Fue una demostración de amor a unos colores pura y sentida.

El apoyo incondicional de la afición malaguista comenzó bien pronto. Y hay que decir que buena parte de culpa de que fuera una jornada para recordar la tuvo la magnífica afición del Borussia Dortmund. Los germanos llenaron de colorido la ciudad, invadieron el centro de Málaga y se fundieron casi en un hermanamiento con los malaguistas. El fútbol, lenguaje universal, une culturas y ayer Málaga y Dortmund se dieron la mano para abrazar el fútbol.

Los bares de la ciudad no cesaron de surtir cerveza y comida a los aficionados del Borussia Dortmund, pero no hubo que lamentar ningún incidente reseñable. Todo transcurrió con orden y marcado sólo por la rivalidad deportiva. Porque el partido de verdad arrancó horas antes.

A las 19.15 horas hacía su aparición por los alrededores de La Rosaleda el omnipresente autocar del conjunto germano -ha sido perseguido y fotografiado en los últimos días por cientos de aficionados a través de las redes sociales-. En la entrada aguardaban cientos de malaguistas la llegada de la nave blanquiazul, pero la primera en aparecer fue la alemana. Abucheos y cánticos a favor del Málaga fueron los agasajos al equipo de Jurgen Klopp.

Justo un minuto después aparecía por la avenida de Martiricos el autocar blanquiazul. Sin prisas, con paso firme y con temple entró el transporte de los malaguistas. La afición se volvió loca por momentos. Bengalas, bufandas, banderas, pancartas... Todo un arsenal para llenar de moral la mente de los jugadores minutos antes del choque.

Para entonces, el núcleo duro de la afición rival ya se encontraba en la grada visitante. Una mancha gigantesca amarilla invadió la grada de Gol Alto. Ruidosos y animosos mostraron sus credenciales cuando los Gotze, Gundogan, Reus y compañía saltaron al césped para hacer el calentamiento. La batalla en las gradas estaba servida.

Ni siquiera la lluvia amenazante y por momentos presencial restó colorido y glamour al choque europeo. Para el inicio del partido, la estampa era idílica, digna de un choque para recordar. Pero el Málaga guardaba un as bajo la manga. El mosaico que preparó el club fue una perfecta arma intimidatoria para el rival. Todo el estadio se tiñó de blanco y azul. Acompañado de los tifos del Frente Bokerón -«Batalla a batalla» y «Europa es blanquiazul»- y de Malaka Hinchas -«Un sueño hecho realidad»- comenzó a jugarse el partido, entonces sí, sobre el césped.