El Málaga CF salió de La Rosaleda al grito de «campeones, campeones», en trance, levitando de camino al túnel de vestuarios tras derrotar al Osasuna en el descuento y recibir la merecidísima recompensa por el terrible, amargo y llorado palo de Dortmund. Ese ambiente mágico, ese empujón emocional hacia adelante, la comunión jamás vista entre el equipo y la grada, en ausencia del cariño del propietario, repudiados por la UEFA y echados como perros en doble fuera de juego de la Champions, debían ser suficientes. Parecía que con esa gasolina, al equipo le iba a llegar para proseguir con la guerra diaria, para perseguir de nuevo el sueño de la Liga de Campeones, para ir a Mestalla con la mente limpia y la fe intacta por discutirle los puntos al Valencia.

Pero de repente, en la temporada más brillante que los libros de historia de Martiricos han escrito jamás, la luz dio paso a la oscuridad. Al negro más absoluto, que se adueñó anoche en Mestalla del Málaga CF y de sus futbolistas. Una desconexión sin parangón, sin explicaciones razonables durante media docena de minutos indescriptibles. Vino la oscuridad. Sin avisar, sin conocimiento de causa, y alejó la meta de la Champions, de la cuarta plaza -el TAS ya comunicará e impartirá justicia-, que tiene la Real Sociedad. A cuatro puntos esta mañana, mientras usted da cuenta del café y los churritos dominicales, aunque bien podrían ser siete si los donostiarras derrotan por la tarde al Osasuna, a falta de sólo seis jornadas para las vacaciones. Y el Valencia ya saca tres puntos, con el average igualado (4-0 en Martiricos y 5-1 en Valencia).

Al Málaga le había faltado más posesión hasta la llegada de ese fatídico minuto 25. Sólo eso. Manuel Pellegrini hizo un descubrimiento maravilloso en su día cuando incrustó a Joaquín en la mediapunta. Le liberó de tareas defensivas, de correr la banda de arriba a abajo, y concentró su calidad en rápidas explosiones de 30 metros, cerca del área, donde se cuece el fútbol. Ayer volvió el gaditano a jugar junto a la línea y fue Saviola quien estuvo arriba con Baptista. Y al Málaga le faltó el balón. No lo tuvo nunca, casi nunca, porque el «Conejo» no la olió, y Joaquín nunca pudo defender su espalda. Echó de menos el equipo otro hombre ahí en el centro, con toque y con criterio. Como hizo Pellegrini en Dortmund, dando protagonismo a Duda. El nombre era lo demenos. Podía ser el luso o Portillo -en la grada- o un futbolista asociativo. Lo cierto es que sin balón, el Málaga se vio obligado a perseguirlo. Y, cuando eso pasa, puede ocurrir que un rebote, una carambola o una desgracia del fútbol, que suceden, te meta en un problema. Y fue lo que pasó cuando Parejo se encontró un balón en su pierna derecha delante de Caballero. El esférico le había pasado por la espalda a Demichelis y el esférico se quedó muerto, para empujarlo.

Ese 1-0 fue un veneno paralizante. Fue una putada en toda regla, y discúlpenme la expresión. Porque el Málaga entró en un estado de parálisis durante seis minutos en el que se llevó un carro de goles. Cissokho aprovechó la autopista de su banda, deshabitada por Joaquín, para burlar a Iturra y Gámez, por fuerza y garra, llegar a línea de fondo y ponerla al pie de Soldado. Acto seguido, Demichelis cometió un doble penalti y Soldado de nuevo se encargó de ajustarlo a la izquierda de Caballero, que había encajado tres en un periquete. Y aún falta el cuarto, para sonrojo malagueño y escarnio público, tras una pérdida en el saque de centro que el Valencia materializó en oleada tras tiro de Jonas y empujón a la red de Canales, que se lesionó.

No hay explicación lógica a estos minutos de flagelación. Sólo un vacío mental incomprensible en una plantilla que no se le puede poner un pero durante este curso. El relato es tan crudo como real. Cuatro goles sin casi pestañear. Sin tiempo si quiera en acordarse de la madre del defensa o del padre del delantero. Todo así, tan de sopetón. Todo muy complicado de encajar, de asumir. Y ni el gol de Baptista en la prolongación del primer tiempo, una obra de arte ejecutada con su pierna derecha en una falta desde la frontal a Eliseu, permitió recobrar el mínimo atisbo de esperanza.

Porque si había duda, Banega, el artista del Valencia, el dueño del partido en el primer cuarto de hora, apareció tras la reanudación, cuando Pellegrini trató de arreglar el desastre metiendo a Duda por Saviola. El valencianista dejó en la cuneta a Gámez con un regate seco y mandó a la escuadra, tras doblar los guantes de Willy, el 5-1. Seis goles, cuatro en seis minutos fatídicos, en plena e inesperada oscuridad. Da miedo.

@Falimguerra