Desde que llegó, el malaguismo le puso la alfombra y besó por donde pisó. Mientras la clase política le zancadilleaba y algunos fieles le acuchillaban, el malaguismo le idolatraba. Al tiempo que la afición asistía atónita al desfile de estrellas, escuchaba el himno de la Champions y veía lo que nuestros abuelos jamás llegaron a imaginar, comenzaba la estampida de estrellas y los secretos a voces de impagos, denuncias y malos olores. Tras soportar su larga ausencia, su desapego del club, su huida hacia adelante y a un entrenador impuesto que hasta llegó a insultar a la grada, los aficionados, uno a uno, por centenares y por miles, siguieron peregrinando a La Rosaleda. Los lunes por la noche, los viernes de madrugada o los miércoles de invierno. Porque el Málaga es un sentimiento y nadie, ni de Oriente ni de Occidente, podrá apagarlo. Por eso, las mentiras ya han dejado de cansar y llegan a doler en lo más profundo. La Rosaleda, en un último intento desesperado, ovacionó en la despedida liguera de este curso al propietario del club, al dueño que bajó a la hierba pero que sólo se comunica a través de Facebook y en las tórridas madrugadas tuiteras. Se dio una vuelta de honor pletórica mientras los mismos que le han dado las gracias le imploraban, entre vítores y aplausos, que no se olvidara de su reino de Taifas malagueño.

Se va Willy Caballero. Y se va porque el Málaga necesita liquidez para evitar males mayores. Se va porque la propiedad hace tiempo que no pone un euro. Que puso, muchísimos, y gracias por ello, pero ocurrió que decidió quitarse el muerto de encima. Porque no salía el contrato del siglo en la Bajadilla, porque no le daban terrenos para La Academia... porque encontraba trabas y burocracia. El jeque pensó que la administración, local o autonómica, era como los fieles seguidores del equipo de fútbol. Y se equivocó. Así que ni presentó papeles ni pagó facturas ni quiso saber nada de proyectos ya adjudicados. Y, al club de fútbol, le dejó en un segundo plano.

Es de justicia agradecer a Abdullah Bin Nasser Al-Thani todo lo que hizo por este humilde pero orgullosa entidad. Y es también de justicia pedirle que no juegue con un sentimiento y con una afición que llora ahora la marcha de uno de los mejores porteros que se han puesto bajo los palos de La Rosaleda. Y han sido muchos y muy buenos. El ya desaparecido Américo, el desgraciado Gallardo, el incomparable «Pepe» Szendrei, el gran Fernando Peralta, el internacional Koke Contreras...

Y Willy se va porque el Málaga está tieso. Porque la Liga y el Consejo Superior de Deportes manejan sus cuentas, bajo luz y taquígrafos, y es vox populi que sin una inyección inmediata de 12 a 15 millones está abocado a la maraña de denuncias y malos ratos. Así que el City llegó a Martiricos imponiendo, sabiendo que el Málaga debía vender sí o sí. Intentó hacer la misma jugada con Isco el pasado verano y se plantó por aquel entonces en 21 millones. Pero tuvo competencia y el Real Madrid sí que aflojó la billetera. Ahora no encontró oposición, ha entrado en Martiricos por la puerta principal y se ha llevado al argentino con lacito. Si el jeque no hubiese querido vender a Willy hubiese remitido al City a su cláusula de rescisión. Y punto. Es lo que hacía el indeseable de Del Nido. Que robó al pueblo de Marbella, purga su delito entre rejas y no puede ser ejemplo de nada, pero que defendía a dentelladas si hacía falta a «su» Sevilla como aquí nadie defiende a «nuestro» Málaga. Así que el jeque se quite de una vez la careta, ésa que cientos de seguidores lucieron en el último encuentro liguero para defender la internacionalidad de Caballero con Argentina, y aclare cuáles son sus intenciones. Si quisiera «meter» pasta, Willy seguiría aquí. No se trata ni de 50 ni de 100 millones. Ahora se ha ido Willy. Pero de aquí a unas semanas se tendrá que marchar otro. ¿Camacho, Portillo, Jesús Gámez, Antunes...? Alguno tendrá que dejar unos cuantos millones más. Así que sin portero e inmersos en la ruleta rusa de la permanencia, el peligro se llama Segunda División. O sea, la ruina más absoluta.