Y cuando el «Adiós muchachos» de Gardel sonó, Viberti dejó de ser el ídolo para convertirse en leyenda, para transformarse en mito. Y esos, como rezaba el rótulo del videomarcador en aquel minuto de silencio, son y serán eternos. Era un 24 de noviembre de 2012. El mismo día en el que el malaguismo perdía a uno de sus héroes, varias generaciones enteras vivían desde dentro aquella vieja fábula que decía que La Rosaleda parecía más grande que nunca, más pasional, más humana, cuando el «Viberti Viberti» sonaba en sus gradas. Incluso lo sintieron por primera vez sus propios hijos desde la distancia, emocionados al ver que un cántico, cuando sale del alma, jamás pierde sentimiento.

El pasado lunes se cumplieron dos años del fallecimiento de Sebastián Humberto Viberti. El Seba, el Zapatones, el Pelado o, simplemente, el jugador más fascinante que nuestros padres y abuelos juran y perjuran que vieron jamás vestido de blanquiazul. Aquel frío sábado de noviembre, el Málaga pareció saltar al césped poseído, como si cada jugador llevara melena y el 5 a la espalda. La mirada al frente y rabioso orgullo, para desgracia de un Valencia que sufrió en forma de 4-0 una de las páginas más bellas de la era Pellegrini.

Cinco meses después, Viberti volvió a volar sobre el campo, si es que alguna vez se fue, en otro partido inolvidable, apoteósico. Era el Málaga-Oporto. El día de la remontada en Champions, el del golazo de Isco. Aquel en el que Santa Cruz puso al mismo club que pasó por Garrucha o Beasaín, entre los ocho mejores de Europa. Esa semana, el «5» más mítico del Málaga fue homenajeado, dando nombre a esa puerta en La Rosaleda. Esta vez desde el propio campo, su hijo Martín, lágrimas en los ojos, escuchó otra vez el inmortal cántico, sintiendo que su padre empujaba desde algún lugar para que el equipo de su alma ganara.

Visitar su Córdoba natal es comprender su figura, su grandeza, su contexto y cada uno de sus pasos. Allí, los que le conocieron como futbolista le veneran, le recuerdan y le adoran, mas el resto no puede comprender desde la distancia la dimensión de leyenda que adquirió al otro lado del charco. Entrar en su casa es viajar en el tiempo, con su esposa llorando de emoción al oír décadas después el acento malagueño, rodeada de ceniceros con biznagas y placas conmemorativas. Su madre, de 97 años, entre mate y mate, habla de Sebastián y sus felices días en la Costa del Sol como si el tiempo jamás hubiera pasado. Y sus hijos, que de tanto relato mágico sienten que le vieron jugar, guardan con esmero las camisetas de Málaga y Huracán que tanto dignificó su padre.

Esta semana, justo en el segundo aniversario de su muerte, Viberti pareció volverse a vestir de futbolista. O de mago. O de talismán para el equipo de su otra mitad del corazón. El Huracán, el Globo, el sexto grande de Argentina, luchaba por algo inmenso. El club de Buenos Aires, donde nadie saca a Sebastián del 11 histórico, tiene mucho de Málaga. Balanceándose entre lo mejor y lo peor, enamorado del cielo y del infierno, alimentado de épica y tragedia. Capaz de llegar a la final de la Copa de Argentina jugando en segunda división. De pasar dos rondas por penaltis y de gritarle al país que por fin, 41 años después, era campeón, tras otra agónica tanda. Todo muy malaguista. Todo muy vibertiano.

Quizá, pocas horas antes del duelo contra el Real Madrid, sea hora de quitarse miedos. Frente al baile de sanciones o lesiones, la goleada al Valencia. Contra el Madrid de los récords, el cabezazo de Santa Cruz. Frente al menosprecio de los que lo dan por perdido, la celebración de Huracán, copa en mano. Justo un día antes del 45º aniversario de su debut con el Málaga, noviembre es mes de leyenda, no está de más pedir. ¡Por un partido vibertiano!

@danibarranquero