No hubo sitio para el amor ayer en La Rosaleda. El Málaga CF, que este curso ha enamorado a propios y a extraños, encontró ayer calabazas en la portería que defendía Kiko Casilla. El fútbol le dio la espalda, el gol prefirió besar ayer a los periquitos para desolación casi literaria del malaguismo. Y es que el conjunto de Javi Gracia puso todos sus argumentos futbolísticos en la cazuela para intentar volver a enamorar, pero ayer no era el día y los tres puntos volaron rumbo a tierras catalanas. Una lástima porque anoche, a diferencia del día del Levante, este equipo sí se pareció por momentos al de jornadas pasadas, sí mereció ganar -o al menos empatar-, pero esta vez el caprichoso fútbol no lo quiso así.

Se esfumó el partido entre las manos cuando ya se acariciaba al menos un punto que habría mantenido la distancia con un claro perseguidor por entrar en puestos europeos (y que no mereció ni mucho menos la victoria). La tuvo Amrabat en sus botas, desde los once metros y a pocos minutos de la conclusión (83´). Pudo hacer justicia futbolera -si es que eso existe-. Pero lanzó la pena máxima timorato, sin convicción en un fiel reflejo de su estado de ánimo actual. El holandés pasó de héroe a villano en cuestión de segundos. Un plato amargo que tuvo que degustar con el resto de sus compañeros. Porque ayer no perdió sólo Amrabat, lo hicieron todos.

Para entonces, el Málaga ya estaba asediando la meta rival. Había encajado en los últimos minutos de la primera parte un golazo de cabeza de Álvaro producto de una falta lateral que no hacía justicia al marcador. El Málaga había puesto el juego y había puesto las ganas, pero el Espanyol había puesto el gol. Un duro castigo para un equipo que quería acallar muchos susurros, demasiadas especulaciones sobre el futuro más inmediato que está por venir.

La cuestión es que de inicio, el Málaga puso las ganas y la intensidad, pero le faltó el acierto. Desde luego adoleció de ello durante todo el partido y por eso sólo pudo lamentarse anoche una y mil veces más. Aunque no gozó de grandes ocasiones ni levantó a su público de los asientos con un gol que celebrar, al menos planteó el partido en busca del meta rival.

Pese a las ganas -quizás lo mínimo que se puede esperar de un equipo a estas alturas de competición- hay varios reproches visibles al equipo. Los laterales no terminan de aportar lo esperado. Con centros desmedidos y pérdidas innecesarias, por ahí se le escapa la victoria al Málaga en muchas ocasiones. Y qué decir de la lacra del equipo: las jugadas a balón parado. El conjunto blanquiazul ya puede disponer de cincuenta córners y otras cincuenta falta laterales o en la frontal que no saca partido a ninguna de ellas. Mal ejecutadas, mal planificadas y peor acabadas.

Con esa misma medicina marcó ayer el Espanyol para ponerse por delante y luego correr con viento a favor toda la segunda mitad. El Málaga de la segunda mitad salió con prisas, consciente de que debería remar mucho para superar al equipo de Sergio González. Peleó, luchó, empujó y generó ocasiones como para marcar un par de golitos, pero nadie supo meterla, ninguno acertó a batir a Casilla.

La derrota deja al Málaga séptimo casi centrado en correr para que no le alcancen más que en alcanzar él a alguno de por arriba. Ésta es la batalla del Málaga de ahora en adelante, pelear como sea y contra quien sea la séptima plaza. ¿Podrá conseguirlo? Jugando como ayer, posiblemente sí; disparando como anoche, desde luego que no.

Resumen y goles del partido