El Málaga sigue en la Unidad de Cuidados Intensivos, más «pa´llá» que «pa´cá» y con síntomas que no invitan a la recuperación de un enfermo que no responde a los tratamientos de un doctor -Javi Gracia- que no da con la tecla. No es precisamente el Dr. House el navarro, que ya acumula muchos partidos sin sacar la situación adelante y ayer en rueda de prensa pareció darse por vencido tras asegurar, no sé si consciente de lo que decía o en estado de shock, que él no sabe «hacerlo mejor». Unas declaraciones que no hacen ningún bien a un equipo cuya moral está cogida por pinzas del todo a 100. Porque este Málaga, cuando parece que abre un ojo y pinta que puede subir a planta, recae y vuelve a un coma profundo del que cada día le cuesta más difícil salir.

Ayer vivimos un nuevo episodio de la grave enfermedad de un paciente que quiere luchar por salir adelante pero cuya fragilidad es máxima. Porque este equipo no gana ni por lo civil ni por lo criminal. Porque con 2-0 y todo para sentenciar un partido, se deja empatar por un Granada que había bajado los brazos. Porque su inconsistencia a la hora de cerrar los partidos es tal que todos los aficionados que siguen al Málaga intuyen que la desgracia va acabar llegando.

Que nadie se engañe. El empate de ayer ante el Granada deja un sabor podrido a derrota. Los dos goles del Málaga llegaron en dos momentos clave: el primero de Charles, al filo del descanso; y el segundo de Pablo Fornals, cuatro minutos después de la expulsión por doble amarilla de Fernando Tissone. Pero en dos acciones entre el 83´ y el 86´, tras dos centros desde cada banda, el Granada igualó la contienda con sendos cabezazos de El-Arabi y Rochina. El desazón en Martiricos era tal que el desalojo del estadio tras el pitido final fue más propio de un cortejo fúnebre que de un partido de fútbol. No es para menos, la situación del Málaga es crítica y, lo peor de todo, sin atisbos de mejora.

La realidad es que el Málaga mereció la victoria con los datos y las sensaciones en la mano. Pero a mí, desde pequeño, me enseñaron que en esto del fútbol no se merece ni se desmerece, se gana, se pierde o se empata y el resultado lo dictamina el marcador. Así, el equipo blanquiazul ayer no empató porque no supo «embarrar» un final en el que dejó al Granada asomarse demasiado al área de Kameni y con suma facilidad se dejó firmar las tablas.

El Málaga tardó en abrir el marcador con el gol de Charles cuando agonizaba el primer tiempo. Expuso más fútbol, más arrojo y más determinación que su rival, pero como durante toda la temporada, el gol no llegaba. Primero fue Amrabat el que pudo abrir el marcador, pero se topó con Lombán; después fue Juankar el que contó con dos ocasiones de lujo, pero el madrileño, muy notable en el desborde, se hace pequeño cuando tiene que definir.

El runrún en la grada iba in crescendo, pero al filo del descanso, un centro de Miguel Torres desde la izquierda a pierna cambiada lo enganchó Charles en el primer palo para batir a Andrés Fernández y marcharse así al descanso con una mínima ventaja.

El Málaga se quedó con 10 a los 8 minutos de la segunda mitad por expulsión de Tissone. Se intuía lo peor pero Fornals amplió diferencias y, paradójicamente, sin el italo-argentino en el campo y con 10, el conjunto de Gracia cuajó sus mejores minutos.

Y bajó los brazos el Granada, que se vio camino de la ciudad de La Alhambra con una derrota en el zurrón. Pero nada de eso. Una vez más el Málaga se encargó de resucitar a su rival.

La pinta del equipo es mala, muy mala. Es verdad que si El-Arabi y Rochina no hacen la «gracia» al final del partido, ahora ustedes estarían leyendo algo diferente, pero las sensaciones seguirían siendo las mismas.

Toca seguir trabajando para mejorar, aunque Gracia diga que ya no sabe hacerlo mejor, y ponerse a pensar desde ya en la Copa, que llega el Mirandés; y de reojo a San Mamés, donde el equipo volverá disputar una final.