Un «muerto» volvió a respirar ayer en La Rosaleda. Fue Gary Neville, o el Valencia -tanto monta que monta tanto-, el que ayer se agarró a la vida de la Liga a costa de un Málaga superado, amedrentado, desquiciado y sumamente errático. Porque hoy muchos mirarán de nuevo al pésimo arbitraje de González González y no les faltará razón, pero el conjunto blanquiazul perdió ayer porque no fue el Málaga que suele acostumbrar a ser en las últimas semanas. Una derrota que aleja, de momento, las aspiraciones europeas y devuelve las miras a escapar cuanto antes de la zona roja de la Liga.

No está claro si fue el cansancio, la confianza o el contagio colectivo de un pésimo Valencia, pero lo cierto es que ayer el equipo de Gracia no fue ni la sombra de sí mismo. Salió indolente de inicio, descentrado, sabedor que tenía un rival con herida de muerte y que el paso de los minutos lo dejaría desangrado a sus pies. Pero lo que no sabía el plantel blanquiazul es que precisamente esos rivales son los más peligrosos. Y así fue.

Hubo tres momentos decisivos en el choque que declinaron la balanza de un lado hacia el otro, porque el Málaga, sin hacer nada del otro mundo, ya ganaba gracias a un precioso gol de Duje Cop al cuarto de hora de juego. El croata parece ser a este Málaga lo mismo que un pilar en un edificio: no brilla, no da lustre, pero es indispensable para mantener el edificio en pie. Su salida por lesión marcó el primer punto de fuga en el partido, porque la presión comenzó a ser mucho menor y el Valencia vivió más relajado.

La cuestión es que el trabajo oscuro del croata no parece poder hacerlo nadie más en este equipo. Y el chiringuito sin él se vino abajo. El otro punto no menos importante llegaría minutos después, con el empate valencianista. La moviola puede decir que hubo pisotón a Kameni en el autogol del camerunés, pero la realidad es que el guardameta malaguista, héroe en otras lides, asumió su infinito salto para despejar tan sencillo balón sin la contundencia ni la fuerza necesarias para atajarlo. Quizás esa relajación a la que se apuntaba al principio contagió al portero, pero el autogol entró como una puñalada de hielo al malaguismo, que se quedó frío y casi sin tiempo para responder antes de irse a vestuarios.

Para entonces, el runrún con el colegiado ya estaba tomando forma. Y todo hacía indicar que iba a ser el centro de las iras e incluso la coartada perfecta. El Málaga se le había caído a Gracia en 45 minutos de juego tras perder al primer defensor y por las dudas con su último escudero. Demasiado para seguir airosos en busca de la victoria.

Porque si en Anoeta el pésimo arbitraje no debía empañar el buen trabajo malaguista, ayer tampoco sería justo centrar las miras en el sibilino partido del colegiado castellano-leonés para tapar las vergüenzas propias.

El Málaga salió del vestuario sin un plan debajo del brazo, a intentar recuperar sensaciones y a parecerse al que otros días sí fue. Y ahí estuvo el tercer punto diferencial del día, porque el Valencia, un mar de dudas y de incongruencias tácticas sobre el verde, encontró su rol de verdugo y el gol del triunfo a los pocos minutos de la reanudación (50´). Fue Cheryshev el que dejó de ser una chirigota para convertirse en un panegírico de una noche gris en Martiricos.

A partir de entonces, y quedaba muchísimo, el partido entró en depresión. Un estado de ansiedad se apoderó del Málaga y del malaguismo. No entraba en los planes ir perdiendo con el Valencia. ¡Y mucho menos caer! Con la colaboración inestimable del colegiado, el partido se fue al garete. Primero porque las tánganas, pérdidas de tiempo y triquiñuelas de unos y de otros -sobre todo las valencianistas- para intentar engañar al colegiado siempre llegaron a buen puerto. Y segundo, porque ya no se jugó un pimiento. El Málaga tiró de juego directo demasiado pronto, sin capacidad para encontrar otra solución. Aunque para entonces, Gracia ya estaba en la grada, expulsado por la enésima trifulca entre jugadores. Un sitio donde debió estar, como mínimo, Feghouli, que agredió con impunidad a Charles y se marchó de rositas.

El Málaga tuvo ocasiones para empatar. Quizás no tantas como las requeridas ni tan claras, pero pudo y casi debió conseguirlo. También el Valencia pudo matar a los blanquiazules a la contra, en una y otra acción errada por la velocidad y la imprecisión de sus atacantes. Pero el partido agonizó sin más movimiento que el paso del tiempo.

La derrota aplaca la euforia y rebaja las pretensiones malaguistas. Quizás haya sido un mal día, una jornada tonta que todo se tuerce. Pero más le vale al Málaga comenzar a sumar de a tres para olvidarse de las prisas en el futuro. Lo mejor: que el sábado hay otra oportunidad en A Coruña. Riazor espera.