Ser un líder no tiene que ser sencillo. Desde luego tiene sus obligaciones y sus quehaceres, pero también sus recompensas y sus gratificaciones. A veces te toca partirte la cara sin recibir nada a cambio, pero en otras acabas siendo el héroe y el hombre que enseña el camino a seguir al resto del malaguismo. Ignacio Camacho lleva la vitola de estrella en este Málaga con humildad y seguramente por eso su aureola y su carisma cautiva más si cabe. El maño fue el hombre que desatascó anoche un partido que apuntaba a empate, que tenía un tufo a «X» que echaba para atrás. Pero con su certero cabezazo en el último tramo del partido consiguió impulsar al Málaga hacia arriba y enterrar de una vez por todas las cuentas por la salvación.

Porque con once puntos sobre el descenso y con ocho jornadas por disputarse, los números parecen claros. De hecho, hay quien mira ya más a la séptima plaza que a la antepenúltima. Y lo que parecía una quimera hace unas semanas, ahora es casi un sueño no tan descabellado.

Volviendo a Camacho, el gol del maño cierra un círculo que él mismo abrió hace meses, en aquella zona mixta tras el partido con el Mirandés y en aquella arenga en el vestuario. Sobre el verde tomó las riendas, no se escondió detrás de unas frases bonitas. Tiró de casta y de orgullo para levantar, con la ayuda de sus compañeros, a un Málaga que parecía herido de muerte. Se remangó, volvió de una grave lesión que tuvo de por medio dos operaciones y se puso a tono lo antes posible. Y tras mucho remar y mucho pelear, tras caerse y luego levantarse, ahora recoge los frutos. El tanto de anoche en el derbi ante el Betis en el Benito Villamarín bien vale una permanencia, como casi también lo valía la jornada pasada el de Juanpi. Pero son dos conceptos diferentes: el del venezolano es un arreón de genio; el del «6» blanquiazul es el gol de todo el malaguismo, el cabezazo del empuje y de la constancia. El mejor sinónimo de salvación y de liberación blanquiazul.

Está claro que con Camacho el Málaga es otro. Más sólido, más solidario y también más seguro. Ayer también goleador, pero aunque esa no sea su mayor virtud, su presencia suma un plus en todas las facetas. Volvió tras la sanción, al igual que Duje Cop. Ambos se han convertido en piezas indispensables por su trabajo oscuro, silencioso y sacrificado.

Unas virtudes que otros no han sabido o no han podido ver en Camacho, que han mirado hacia otro lado cuando su luz ha comenzado a brillar con fuerza de nuevo. El maño, un día después de quedarse fuera de la última lista de la selección, volvió a dar un guantazo sin manos a todo el que piensa que no está entre los 25 mejores jugadores de España en estos momentos. Pero casi mejor para el malaguismo, que podrá asegurarse estas dos semanas de selección el descanso de su guerrero en casa, junto a su nuevo retoño y disfrutando del dulce sabor de la victoria y de la permanencia.

Porque los tres puntos de anoche sirven ahora al Málaga para dormir tranquilo, sin tener que tener un ojo abierto cada noche por lo que pueda suceder. Ahora podrá otear el horizonte y estudiar con detenimiento y optimismo su tramo final de temporada. Ya nadie puede impedir que se sueñe con algo más. Quizás sea difícil e incluso no se alcance, pero este Málaga debe al menos intentar colarse en Europa por su afición y por sus jugadores, que bien se merecen una alegría después de una temporada llena de altibajos.

Y todo ello después de un partido feo y por momentos soporífero, que se resolvió con la testa de Camacho pero que pudo desbloquearse mucho antes si no fuera por el buen hacer de Adán y Ochoa bajo palos.

Salió el Málaga como un tiro al césped del Benito Villamarín y en menos de dos minutos ya acumulaba tres ocasiones clarísimas de gol, todas desbaratadas por el meta local. Pero eso fue un espejismo y las fuerzas no tardaron en igualarse. Mucho centrocampismo, numerosas imprecisiones y ausencias de ideas.

El Málaga recuperaba sus señas de identidad defensivas, de equipo rocoso e incómodo, pero le faltaba claridad con el balón en los pies. Con Juanpi perdido y sin profundidad de Chory, sólo la alta presión permitía tener presencia en el área rival.

Pero el Málaga se fue echando atrás, aunque Ochoa no sufrió demasiado en la primera mitad. Al descanso, control bético pero sin dominio del partido. A los puntos habría ganado el Málaga.

En la reanudación, los verdiblancos dieron un paso al frente en busca de algo más. Sin ser un acoso y derribo, los de Merino se encontraron en un par de ocasiones claras delante de Ochoa. El mexicano sacó a relucir sus reflejos, pero se alió con la fortuna en los rechazos.

Caminaba entonces el partido hacia el empate de manera firme y casi sin oposición. Hasta que llegó Recio en una falta lateral y Camacho para poner su certera cabeza, además de cierta colaboración de Adán. El gol decidía el partido y la salvación.

Fue casi un mazazo para los locales, que sólo reclamaron una mano de Albentosa dentro del área -que era- en una acción escorada. Ochoa no sufrió demasiado ni tampoco la zaga malaguista. Así se cerró el triunfo en tierras sevillanas, en la casa del Betis. Una victoria que huele a azahar y a incienso, pero que esperemos que no traiga también las chanclas y las maletas debajo del brazo para los próximos ocho partidos.