El Málaga CF no viajó al Vicente Calderón a luchar contra los elementos. No debió competir contra Mateu Lahoz y su permisividad arbitral hacia los locales; no debió luchar contra un equipo con dureza extrema, como la de Giménez que tuvo que costarle la expulsión; y no debió verse envuelto en las malas artes del técnico rival, que intentó evitar -directa o indirectamente- una contra de Horta en una clara ocasión de gol malaguista. En definitiva, tuvo que haber jugado el conjunto blanquiazul un partido contra el aspirante Atlético de Madrid en igualdad de condiciones, en una lucha de fútbol contra fútbol, con la calidad de los colchoneros -que es mucha- contra el oficio de los malaguistas -que no es poco-, o debió saber cómo frenar la habilidad de Correa, que se aprovechó de un disparo mordido para solventar el partido y declinar la balanza del lado Atlético. No, no debió encontrar tantas piedras en el camino este Málaga, tantos enemigos vestidos de civiles esperando en las esquinas. No debió jugar un partido callejero donde las reglas son difusas y el Atlético, experto. Pero sin embargo pudo salir orgulloso y con la cabeza bien alta del coso rojiblanco. Sabía que era difícil, pero quizás no imaginaron cuánto.

La tarde en la ribera del Manzanares ya olía a chamusquina desde la previa. Con mucho en juego, el Atlético no es un equipo que suele hacer rehenes. Utiliza sus armas, que lejos de la excelencia futbolística que puedan ofrecer Madrid y Barcelona, tira del otro fútbol y del trabajo colectivo para ser aspirante a casi todo. Futbolísticamente, la propuesta puede gustar más o menos, pero es digna de ser reconocida por momentos. Es el otro fútbol el que exaspera, ese victimismo y esas malas artes, como la de Simeone cuando el partido rozaba el descanso, la que genera animadversión. No es una forma de jugar, es un estilo de identidad. Y eso lo llevan con orgullo cuando debería ser al revés.

El Málaga sabía a lo que se enfrentaba y en cierta medida Gracia jugó a ese juego. Ralentizó el partido, trabó la circulación y acumuló jugadores en la zona ancha. No dio facilidades y no entregó la cuchara cuando casi todos pensaban que su equipo iría de paseo al Calderón. Este equipo ha demostrado ser maduro, tener personalidad y no arrugarse con nadie. Empató en el Bernabéu, cayó por la mínima en el Camp Nou y también ayer en el Vicente Calderón. No ha sido una tarde que quieran recordar los tres aspirantes al título cuando el conjunto blanquiazul ha pasado por su casa. Por eso, porque la identidad de este equipo es luchar y competir, vendió ayer cara su piel. Puso contra las cuerdas al Atlético y le exigió el máximo de lo reglamentario y de lo que no lo es. Hoy, las cicatrices de la batalla, lejos de doler, demuestran que el Málaga supo y pudo competir, que fue un titán donde otros muchos han claudicado sin resistencia, y que nadie podrá poner en duda su honestidad. Porque la Liga está llena de partidos que se van y equipos que se dejan ir, pero esa actitud no está en el vocabulario del Málaga. Salió el conjunto de Gracia con hechuras al Calderón, compitiendo de tú a tú a los de Simeone. Y eso generó mucho miedo al rival.

Cop y Charles tuvieron sus ocasiones de inicio y los rojiblancos no terminaban de tomarle el control al partido. Había competencia, brega e igualdad. Griezmann, eso sí, estuvo desaparecido y falló una clara al cuarto de hora. La calidad no decidió. Tocaba remar.

El navarro sorprendió dándole descanso a sus alas para darle entrada a Horta y Fornals. El objetivo era buscar más acumulación de hombres en el centro y alguna contra rápida para el luso, como la que se vivió justo antes del descanso y que se vio empañada por la jugarreta de Simeone para evitar el gol.

Para entonces, el marcado señala el resultado gafas, pero las adversidades ya habían sido numerosas. Y es que Mateu se había comido un penalti de Juanfran por manos y los colchoneros se marcharon al vestuario sin haberles señalado ni una falta, lo que no quiere decir que no las cometieran. Si alguien no hubiera visto el partido y hubiera tirado de estadísticas en la primera parte habría pensado que en el Calderón se enfrentaban princesitas contra asesinos en serie.

Con ese escenario, el Málaga sabía a lo que se enfrentaba en la segunda mitad. Pero volvió a salir con la coraza de luchador. Apretó el Atleti, que subió su línea de acción y con fútbol comenzó a arrinconar al Málaga. Lógico, se jugaban la Liga. Y en una acción de ésas, Correa encontró un hueco y la fortuna. Su disparo lejano tocó en Albentosa, que impidió que Ochoa lo detuviera (62´).

Quedaba un mundo en el Calderón, pero ahora comenzaba un partido nuevo. Los locales comenzaron a dar pasitos hacia atrás y entonces se le vieron las costuras al Málaga. Como ya sabemos, este equipo no tiene pegada y remontarle en su casa al menos goleado de la Liga es casi utópico. Pero Juanpi y Recio, con disparos lejanos, probaron fortuna. No la hubo y el partido se cerró entre los miedos de unos y la sensación a cuerno quemado de otros.