Este Málaga no avanza. Corre, pelea, batalla e intenta superar la adversidad una y otra vez, pero la realidad es que el conjunto blanquiazul sigue anclado en el pasado, sigue viciado por sus propios defectos, sus miedos y también sus limitaciones. Está atado por unas cuerdas invisibles que le impiden ser feliz, que lo atenazan y hasta lo desquician. Este Málaga de Marcelo Romero de momento no tiene nada de lo que presumir sobre el de Juande Ramos tras dos jornadas en el banquillo. Salvo algo de más brega y un punto más de agresividad, los patrones no están muy alejados del equipo que dejó el manchego. O al menos esos cambios no se hacen notar, lo que viene a ser casi lo mismo. Y lo que viene a ser también un problema.

Previsiblemente, ése puede ser el diagnóstico, porque los síntomas quedaron palpables anoche en 90 minutos para olvidar ante una Real Sociedad que tampoco hizo grandes méritos para marcharse con tan cómoda victoria. El Málaga volvió a tener un plan inicial, pero no le salió y acabó ahogado en precipitaciones, patadas a destiempo y jugadores superados.

A todo ello hay que sumarle, además de los malos resultados, que anoche el conjunto blanquiazul también perdió su mejor arma: la pegada. Si Sandro representaba al Málaga más ofensivo y peligroso, con su lesión -habrá que esperar noticias y cruzar los dedos para que sea lo más leve posible- el conjunto blanquiazul está huérfano de gol y también de «punch». Un mal que deberá regatear y solventar este «nuevo» Málaga.

Y decimos lo de nuevo casi con la boca pequeña, porque de momento sigue siendo sospechosamente parecido al anterior. Una semana después de la derrota en Vigo, ya en La Rosaleda se esperaba otro Málaga. Más curtido, más engrasado y también con capacidad para ganar. La puesta en escena no desencantó, pero tampoco ilusionó. El Málaga del Gato prefirió mirar más a su portería -lógico tras los últimos fallos defensivos- que a la contraria. Y el resultado fue un tanto desalentador.

Con la novedad de Luis Muñoz en la zaga, el conjunto blanquiazul no pasó apuros en la primera mitad. Y creó cierto peligro inicial, con acercamientos sin finalización. Pero la lesión de Sandro fue la segunda (o la primera, según se mire) peor noticia de la noche. El «Pichichi» del Málaga lanzó una carrera y se echó las manos atrás. Una rotura de fibras de manual. Queda esperar pero tiene mala pinta.

Entró y debutó Peñaranda, pero el venezolano aún no está a su mejor nivel. Aún así, pudo marcar en varias ocasiones. Al igual que Chory. Pero ninguno atinó a disparar. Del ataque de la Real poco se sabía.

El partido parecía condenado al 0-0. Pero la fortuna tampoco es aliada blanquiazul. En una falta en la frontal, la barrera desvió el lanzamiento de Íñigo Martínez. Un disparo que se coló manso y a placer en la portería con un Kameni ya vencido (50´).

Había tiempo para reaccionar, pero el gol fue como un jarro de agua fría. Y no hubo respuesta blanquiazul. El ideario era defender, porque atacar era un mundo para los blanquiazules.

Y poco después, la sentencia. Y la puñalada llegaría de un exmalaguista. Juanmi, en el segundo palo en un córner que no era, fusiló a Kameni (62´).

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La Real había aprovechado dos jugadas a balón parado para ganar. Ya está. No había mucho más. Ni siquiera Kameni se había afanado para salvar la meta. Pin pun y partido decidido con la misma facilidad que otras tantas veces había pasado.

El Málaga entonces lo intentó con más corazón que juego. Sin un plan y sin orden. Aunque con entrega y más agresividad de la necesaria. Pero ni con esas llegó a importunar a Rulli, que no recuerda un partido tan plácido. Para entonces, la afición ya mostraba su descontento una y otra vez porque sabía que sería el séptimo partido consecutivo sin ganar. Y ahora llega el Bernabéu. Suerte que aún hay tres equipos que parecen empeñados en bajar porque si no...