Mala, muy mala pinta tiene el Málaga CF. Ya no sólo muestra carencias y debilidades en casi todas sus líneas, ya ni la suerte le está acompañando. Una pizca de fortuna que hubiera servido para que el Málaga no se hubiera ido de vacío ayer en el triste estreno de Míchel como entrenador blanquiazul. Por que no hubo efecto Míchel ni nada. El Málaga volvió a perder. Una vez más. Como tantas en esta temporada para olvidar y por jornadas más sombría.

Porque el Málaga monta un circo y le crecen los enanos. En dos jugadas absurdas, protagonizadas ambas por Demichelis, a priori el más experimentado de la plantilla, se gestaron los dos goles del Alavés. En el primero -el tanto de Feddal-, el argentino, sin mucha presión, envió un melón en forma de cesión que Kameni tampoco atinó a despejar para conceder un córner de la nada. Y claro, la ley de Murphy hizo el resto. El despropósito siguió a la salida del saque de esquina, en el que Camacho dejó sólo a Feddal tras irse al suelo muy fácil sin haber falta del marroquí, que fusiló sin oposición desde el borde del área pequeña. Una jugada que hemos visto esta temporada una y otra vez en contra del Málaga, demostrando el equipo blanquiazul una fragilidad propia de un castillo de naipes.

Y es que, el segundo fue incluso peor, más cruel. Con el Málaga volcado, un error de benjamín de Demichelis permitió que Edgar Méndez hiciera añicos la moral del malaguismo con el segundo y la sentencia.

Y eso que Míchel acertó tras el descanso, movió el banquillo y el Málaga se enchufó. Ontiveros percutió por la derecha y mejoró a un deprimido Keko, inoperante durante toda la primera mitad. El cambio en el lateral izquierdo también fue clave en la mejoría malaguista. Juankar fue un puñal, más veloz que Miguel Torres. Incluso, el zurdo fue el autor del empate tras una gran internada y el motivo en el que creer en una posible remontada.

Pero nada de nada. El mal fario de este equipo, unido a una mala planificación, jugadores fuera de forma y completamente desmoralizados, hacen que el Málaga zozobre y esté opositando con fuerzas a pasarlo mal, muy mal durante el último tramo de temporada.

Menos mal que los de abajo están poniéndoselo fácil al Málaga. Lo dicho, el efecto Míchel deberá esperar al próximo domingo en Leganés, otro partido a cara de perro en el que los blanquiazules no pueden volver a fallar. Porque el colchón con el descenso aún existe pero cada vez se hace más fino y más incómodo. Además, las sensaciones del Málaga son de equipo sin vida, inerte y al que si se le sopla sin mucha fuerza se le tumba.

Míchel eso lo sabe. Lo ha podido comprobar en tres días de entrenamientos y, sobre todo, en el duelo de ayer, donde dos tiros a puerta aniquilaron la puesta en escena. El entrenador madrileño quiso poner su sello y cambió el esquema a un 4-4-2 con Sandro y Charles arriba. Alineó a su hombre de confianza, Miguel Torres, y le dio la manija del Málaga a un José Rodríguez que fue de menos a más. Más ordenado pero sin apenas peligro, el Málaga se paralizó en la primera mitad tras el tanto de Feddal. Un flan que el madrileño recompuso tras el descanso con los cambios, pero que volvió a deshacerse en cuanto Demichelis volvió a pifiarla.

Antes lo intentó el Málaga por lo civil y por lo criminal. En-Nesyri, que entró por un exhausto Sandro, malogró dos ocasiones clarísimas. El propio ariete canario estrelló un balón en la madera cuyo rechazo se paseó entre las piernas de Charles sin que éste pudiera empujarla a gol. Una serie de catastróficas desdichas que dejan al Málaga en una situación grave, aunque no crítica, ante lo que viene. Leganés allí, visita del Atlético de Madrid, viaje a El Molinón ante un Sporting necesitadísimo antes de que el Barcelona, en plena lucha por la Liga, trate de asaltar La Rosaleda. Casi nada.

A Míchel no le gusta el color de la orina del enfermo, su cara lo denota, pero tiene ante sí 11 finales para que, cuanto menos, evite entrar en la UCI.