El Málaga CF se dio ayer un baño de prestigio, tal y como reclamaba Míchel, con una importante e incontestable victoria frente al Valencia CF por 2-0. Los blanquiazules completaron una primera parte para enmarcar, donde marcaron los dos tantos del partido, por medio de Recio (36´) y Sandro (40´), para sentenciar un duelo que dominaron de cabo a rabo, sometiendo a un equipo «che» que llegaba a La Rosaleda con nuevos brios pero que salió escaldado a manos de un equipo, ayer sí, con rabia, chispa y ganas de ganar.

Como el día y la noche. El Málaga de ayer tuvo mucho del que maravilló al mundo ante el Barça y nada del que defraudó en Riazor por su desidia. Las arengas y toques de atención de Míchel, tanto de vestuario para dentro como de puertas hacia fuera, surtieron el efecto deseado y el equipo salió enchufadísimo y a muerte a por el rival.

El Valencia es un equipo al que se le tiene ganas, con el que ha rivalizado a pecho descubierto en las últimas temporadas en lo deportivo y en lo institucional, y siempre gusta verlo sufrir en La Rosaleda. Con la intención de agradar al público salió el Málaga. Sabe que tiene una deuda aún no saldada con su afición después de una temporada desalentadora y, ya con la permanencia en el bolsillo -objetivo menor-, el equipo parece que ya ha asumido que su deber es contentar y darle alegrías como las de ayer a los suyos. Como dice Míchel, toca planificar la temporada que viene, establecer las bases y dejar un buen sabor de boca en lo que queda de curso puede ayudar a que indecisos y desencantados por la mala temporada vivida no se bajen del barco. Es lo poco que hay en juego. El prestigio y un buen puñado de euros del reparto televisivo según en el puesto que termine en la tabla.

Lo cierto es que el Málaga no dio opciones desde el minuto uno. El Valencia se sintió siempre incómodo ante la presión local y la calidad de Fornals, Sandro, Recio y compañía hicieron el resto. Muy pronto comenzó el Málaga a avisar al cuadro de Voro que iban a sufrir de lo lindo en Martiricos. Los chicos de Míchel se hicieron dueños del balón, lo mimaron, lo movieron con claridad hasta que el cántaro fue a la fuente.

Ontiveros, que permutó de banda durante todo el duelo con Jony, apareció por la izquierda y a pierna cambiada puso un centro medido a la cabeza de Recio, que remachó a gol libre de marca en el segundo palo. El tanto del paleño, especial para él en una temporada difícil por el calvario con las lesiones, encarriló un partido que en ningún momento se vio que peligrara.

Con la inercia del primer tanto, Sandro amplió distancias y estableció el definitivo 2-0 tras recoger el rechazo de una falta que estrelló en el rostro de Garay. El canario, un auténtico depredador, aniquiló al Valencia, sumó su décimo gol de la temporada en Liga y se reafirmó como nuevo ídolo del malaguismo. ¿Por mucho tiempo? Todo apunta a que no, por lo que la marea malaguista bien haría en disfrutar de sus goles y su fútbol total en los cinco partidos que restan.

El partido, ya sentenciado, sirvió para que los socios del Málaga por fin vivieran una jornada plácida y liberasen tensiones. Incluso, el dominio malaguista en la segunda parte pese a bajar el pistón, hizo que la grada se arrancara con el «olé, olé» en cada combinación local que tanto mosquea al rival.

Míchel, inteligente como pocos, dosificó a Sandro y antes cambió ambas bandas con vistas al duelo del martes en Los Cármenes, donde la Liga sigue y el Málaga tendrá ante sí un nuevo episodio en la búsqueda del «prestigio perdido» y que ayer comenzó a recuperar.

Además, Míchel está convirtiendo La Rosaleda en un fortín, tras lograr su segunda victoria consecutiva en casa y mantener la portería a cero en esos 180 minutos. Una constante, la fortaleza como local, que ha dado de comer al Málaga en las últimas temporadas y que había descuidado mucho antes de la llegada del técnico madrileño.