A mí Luis Enrique siempre me había caído muy bien. Su llanto amargo, con el rostro y la camiseta de la selección española ensangrentados, tras el codazo del italiano Tassotti que le rompió la nariz en los cuartos de final del Mundial de 1994, es una de las imágenes del fútbol de mi adolescencia. Otro de esos recuerdos se produjo un año después, cuando «Lucho» celebraba como un descosido uno de los cinco goles que su Real Madrid le metió al FC Barcelona. Él marcó uno de ellos, creo que el cuarto. La siguiente temporada, Luis Enrique cambió de acera y de chaqueta, y del Madrid dio el salto al Barça. Cada uno tiene sus principios y sus valores. Allá cada cual con ellos. Los de Luis Enrique ya los sabemos. Coincidió, en sus años vestido de blanco, con Míchel. El madrileño lo había sido todo en el mundo del fútbol y en el Real Madrid, y agotaba su carrera; y el asturiano iniciaba una prometedora allí, tras formarse en el Sporting de Gijón. Los dos compartieron vestuario e hicieron amistad en la «Casa Blanca».

Ahora, más de 20 años después, Luis Enrique finaliza una etapa en un transatlántico como es el banquillo del Barça, con títulos, éxitos y una precipitada salida. Y Míchel comienza su nueva aventura en un equipo más humilde, menos poderoso y mediático, que estos días sale en los medios de toda España no por conservar, por décima temporada consecutiva la categoría en Primera División, sino por las chorradas que su propietario, un jeque catarí, escribe de madrugada en su cuenta personal de Twitter. Y justo antes de que Al Thani pusiera a todo el mundillo futbolístico apuntando a Málaga, el entrenador «culé» le faltó el respeto a su colega Míchel y a todo lo que él ahora representa. Es decir, al Málaga CF y al malaguismo. Dudar de la honestidad de un profesional respetado y admirado como Míchel es una desvergüenza. Y hacerlo desde el púlpito que le concede su actual puesto hace del acto de Luis Enrique más ruin todavía. Poner en tela de juicio la profesionalidad de los futbolistas del Málaga CF, del Málaga de Míchel y de Francesc Arnau, y del Málaga de los más de 20.000 abonados y malaguistas no debe quedar sin castigo por las autoridades deportivas competentes y sin denuncia del propio club de Martiricos. Dudar así de la honestidad del Málaga, ponerle ruedas al exabrupto y mencionar en la misma frase a su abuela denota la «elegancia» del personaje en cuestión.