Puño de hierro y guante de seda. Contundente y elegante. Eficaz y efectista. El Málaga CF de anoche colgó sus botas de tacos para saltar al césped con zapatos de claqué, para exponer su fútbol de toque y de salón al mismo tiempo que golpeaba con fiereza. El equipo de Míchel se deslizó suavemente sobre la cancha, regateando al tiempo para detenerlo en este pequeño oasis de victorias en el que convive el conjunto blanquiazul de un tiempo a esta parte. Los jugadores taconeaban, saltaban y bailaban acompasando el cántico que el malaguismo le entonaba desde la grada. Todo a un perfecto compás para configurar otra obra maestra, otro partido para enmarcar, otro paseo triunfal en este final de Liga inesperadamente victorioso. Porque van seis triunfos en las última siete jornadas. De locos. Algo impensable de un equipo que estaba moribundo y que ahora completa una racha de Champions.

Cierto es que el Celta no fue el mejor sparring. Los gallegos, dispersos y enfrascados en otras lides -se juegan el pase a la final europea el próximo jueves en Manchester- llegaron con el equipo B. Pero tampoco lo pusieron fácil. Bregaron y patalearon. E incluso abusaron de su dureza cuando el partido ya tenía tintes malaguistas. Pero la cuestión es que estos partidos también hay que ganarlos. Y este Málaga, cuando huele la sangre, no deja a su víctima viva. Para ellos sacó el puño de hierro, ese que lidera Sandro y que le acompaña sus fieles escuderos. El canario es voraz. Anoche, que parecía ofuscado, marcó un gol y provocó otro, de penalti.

El canario golpeó a un discreto Celta, al que entre todos marearon y con el que juguetearon cuándo y cómo quisieron. Pero ni mucho menos hay que menospreciar al rival porque hace una semana fue al Sevilla, antes al Barcelona, y al Valencia, Granada... Lo dicho, ver para creer. Porque este equipo parece otro. Todos rozan la perfección, como si siguieran la coreografía perfecta. Tiene el Málaga una portería con candado irrompible, una zaga fuerte y expeditiva, un centro del campo intuitivo y solidario, unos extremos como puñales, y un mediapunta y un delantero que son oro puro, asesinos del área. Si estas son las bases del futuro, ya hay más de uno que está poniendo las palomitas a calentar para la próxima temporada, porque promete ser increíblemente esperanzadora.

Y eso que el partido parecía insípido desde el comienzo, sin mucha chicha entre dos equipos que se jugaban poco más que la honra y el puesto final. Pero el Málaga está en otra onda. Y poco tardó en demostrarlo. Los primeros 45 minutos tienen nombre y apellidos: Javier Ontiveros. Lleva un dorsal -el 39- que más de uno podría pensar que está de prestado en el primer equipo, pero el canterano es puro talento, poesía en movimiento cuando tiene el balón en los pies y arte innato cuando enfila a su rival. El malagueño, un diamante en bruto al que le está sacando brillo Míchel, cuajó un arranque de partido memorable, para guardar en vídeo. Lo completó con un golazo y se llevó una de las ovaciones de la noche.

Como decimos, el malagueño lo hizo todo en la primera mitad, puso el juego, el atrevimiento y el gol, que llegó tras una gran jugada personal que levantó al malaguismo de sus asientos (26´).

El partido era de claro dominio malaguista y al Celta no se le esperaba por la portería de Kameni. Los gallegos intentaban aguantar la posesión, pero con peligro estéril.

En la segunda mitad, el Celta subió un peldaño su intensidad. Sus acciones cada vez eran más feas y desmedidas. Y eso cabreó y mucho a los blanquiazules. Entonces la maquinaria de Míchel se puso a funcionar. Sandro quería su gol como fuera después de haber errado un par de ocasiones claras. Y el canario tenía el gol entre ceja y ceja. Primero provocó un penalti, que lo lanzó Recio con acierto (57´). El malagueño, que era su primera pena máxima en Primera, lo marcó con sangre fría haciendo olvidar el que falló el propio Sandro la semana pasada.

Con 2-0 el viento ya soplaba muy a favor. Y este Málaga, ahora sí, comenzaba a disfrutar. Se le notaba en la cara, en sus gestos y en su fútbol. Buenos movimientos, jugadas sin prisas y ocasiones. Hasta algunos jugadores se gustaban, como Ontiveros -siempre está inventando- o Pablo, que intentó un regate casi indescifrable.

Pero el Celta no estaba por la labor. Y el duelo se calentó en una jugada aislada cerca del banquillo gallego, con medio equipo de unos y de otros y con Míchel y Berizzo enfrascados.

Fue un punto y seguido, porque la última jugada malaguista se cerró con un gran Keko buscando el espacio, con Juankar hasta el final y pase de la muerte a Sandro. El canario ya tenía su «golito». Otro para la saca. Y van catorce ya.

Ah, por cierto y que no se olvide, el «¡Sandro, quédate!» sonó más fuerte que nunca. El canario ya ha conquistado al malaguismo. Queda saber si el malaguismo le ha conquista a él. Veremos. Mientras, el Málaga sigue a lo suyo, que últimamente es ganar.