No existe equipo en el planeta que pueda ganar todas las finales que juega. Y este Málaga, desde luego, no iba a ser la excepción a la regla. Anoche, en un partido gélido, ante un rival incómodo y con el yugo de la clasificación apretando cada vez más, el conjunto blanquiazul fue un equipo sin alma y sin ideas, dos cualidades básicas para que la ecuación de los goles y las victorias puedan llegar.

Y si las finales no se juegan, se ganan, como bien decía el malogrado Alfredo Di Stéfano, el Málaga entonces anoche ni compareció ante el respetable, porque aunque cosechó un pírrico empate sin goles le deja un insuficiente punto en el casillero. Poco alimento para un equipo moribundo y para una afición ansiosa de triunfos, aunque ayer pareciera más resignada que nunca al «esto es lo que hay».

Lo normal en estos casos es que el punto hubiese estado más cerca de convertirse en tres, por eso de los arreones finales, de buscar la heroica o por simple vergüenza 'torera'. Pero no, un Málaga desordenado en los últimos minutos y sin flow acabó agradeciendo el empate, porque Roberto paró un mano a mano a Nano Mesa cuando el partido ya agonizaba. La parada, más bien el paradón, fue el único éxtasis en una noche para olvidar, pero fue también la antesala del hastío malaguista. La gente se marchó de La Rosaleda con la mala leche en el cuerpo y con la sensación de que en esta ocasión, el Málaga no dio todo lo que tenía. Y no lo hizo ni táctica ni físicamente. Porque casi nunca ganó un duelo a su rival ni gozó de claras ocasiones de gol, salvo un remate a bocajarro de Diego González en el inicio de la segunda mitad. Un bagaje paupérrimo para un equipo que intentaba asaltar los puestos de la salvación, que tiene que salir a morir cada partido y que no puede dejar rehenes por el camino. Ése mensaje anoche se perdió por el camino porque pocos lo alcanzaron a entender.

Aún así, un punto. Pero hay empates y empates. Uno, como el del día del Athletic, se masca como si fuera un triunfo. Pero el de anoche hasta se indigesta. No está claro si la plantilla se contagió del frío que entró ayer por la provincia o si será un patrón a seguir en los próximos compromisos, pero en esta ocasión al conjunto blanquiazul se le vio atenazado y casi superado por las circunstancias. Casi se podría decir que con vértigo al abismo, con miedo. No fue a pecho descubierto como en otras ocasiones, aunque posiblemente porque consideraría que el punto sí lo había merecido y no quería perderlo.

En cualquier caso, eso es hasta discutible. Y a Míchel, que escuchó sus primeros «¡Vete ya!», hasta se le emborronó la pizarra. A cada paso que daba, Muñiz ya iba por delante. Y no sacó ventaja en ninguno de los tres cambios. Es decir, que el partido, lejos de ir a mejor en la Segunda mitad, fue a peor. Y siempre estuvo al son que el conjunto granota -ayer de fucsia- marcaba. Un ritmo lento, con interrupciones y llevado hasta el sopor general por su buena colocación y su oficio. Eso sí, si no fuera por el empeño del Málaga, Las Palmas y Alavés por descender, los de Orriols también estarían en la pomada y no a ocho puntos del descenso.

Este Levante que pasó ayer por La Rosaleda, en otras circunstancias sería un claro candidato a caer al pozo. Tiene una importante plaga de lesiones, una plantilla exenta de calidad y jugadores debutantes en la categoría. ¿Les suena? La diferencia es que el conjunto levantino sí sabe a lo que juega. Y será más o menos bonito, pero con los mimbres que tiene está sacando auténtico petróleo en la categoría.

Es decir, que el Málaga no fue capaz de ganar a su antónimo. Pero es que no le hizo ni «pupita», como diría el bueno de Chiquito. Y así es imposible tirar para arriba. Hoy algunos se agarrarán a que se dejó la portería a cero por vez primera o a que el arbitraje fue tan grotesco como el propio partido. Los que se quieran engañar, adelante, pero la realidad es que ayer había que ganar y no se hizo.

Del partido en sí, poco que rescatar. El Málaga estuvo serio y dominante en los primeros compases, pero adoleció de mordiente en ataque. No había instinto asesino en sus delanteros. Así que controló el balón, merodeó el área de Oier, pero no le puso en aprietos serios casi nunca. Tampoco el Levante probó a Roberto, aunque la sensación de peligro -más por demérito de los zagueros locales- siempre estuvo ahí. Al descanso el cero a cero era muy justo.

Y en la reanudación, pues más de lo mismo. El Málaga tuvo un par de arreones, pero sin acierto y sin precisión. Abusó del balón en largo y poco a poco se fue consumiendo en su miedo a perder.

Bastón, que entró por Peñaranda, tuvo un cabezazo dentro del área pequeña (73') que se fue fuera, pero el partido pasará al recuerdo por los cinco puntos que rescató Roberto en un mano a mano a Nano. Sí, cinco. Porque si el Levante hubiese ganado ayer en Martiricos, el Málaga ya no le echa el lazo ni en dos temporadas. Al menos nos queda eso, que un Santo adelantó la Navidad en La Rosaleda.