No se confundan, el Málaga no descendió anoche después del meneo de un Barcelona que compitió a medio gas, pero que tampoco quiso hacer rehenes. Lo hizo en Butarque hace una semana. En Getafe hace un par de meses. También en Vitoria, en Las Palmas, en casa contra el Betis o cuando fue incapaz de ganar al Valencia o al Eibar cuando tenía viento a favor. Son tantos partidos donde el Málaga CF hizo méritos para descender a lo largo de esta temporada que lo de anoche fue una fea anécdota, otro párrafo más en el obituario de un equipo que ya lleva muerto hace tiempo, pero también otro desplante para una afición que tiene ya el alma en los pies después de tantos reveses y de tantos partidos vergonzantes.

Lo que se supone que debe ser cada año una fiesta y un partido para sentirse orgulloso de tu equipo compitiendo con los mejores del planeta, fue ayer todo lo contrario. Lo vivió en sus carnes cualquier malaguista con dos dedos de frente. Y no hace falta haber estado presente contra el Garrucha en Tercera o en Dortmund en la Champions para sentirlo. Me pongo en la piel de ese padre anónimo con su hijo de seis años, que mediada la primera mitad, con el 0-2, le pedía dar por terminado tan doloroso espectáculo para su prematura conciencia. «Papá, vámonos que al Málaga lo van a golear», le decía el pequeño malaguista. O más bien le suplicaba. La imagen de ambos enfilando la salida sin haberse llegado al descanso define el divorcio sentimental entre equipo y afición tras una temporada sonrojante. Terreno quemado que costará que vuelva a florecer por Martiricos.

Porque pese al esfuerzo, pese a que los de blanco y azul no dejaron de correr detrás de la pelota, lo de ayer fue cualquier cosa menos un partido de la presente Liga. Se le cae a uno el alma a los pies ver a este Málaga, meneado y superado como si fuera un juguete roto en manos de un niño rico. La imagen volvió a ser de tristeza, desoladora. Y acrecentada con la victoria minutos antes del Levante, que dejaba la permanencia en unos imposibles once puntos.

Por eso, por todos esos condicionantes externos e internos que dejaron al partido sin ´chicha ni limoná´ y porque tardó bastante poco en definirse, el duelo se convirtió en un plebiscito público para el malaguismo. Primero contra Al-Thani, al que se le pidió ´amablemente´ por parte de todo el estadio su marcha del club, posiblemente a un sitio igual de lejano como en el que se encuentra ahora. Luego, con los colegiados, tras la expulsión de Samu García -totalmente justa-. Y posteriormente, el dedo acusador fue hacia los jugadores. Con sorna se aplaudían los pases blanquiazules, se pedía «un tiro a puerta» o incluso el «Rolan selección». Fueron despedidos con pitos y al grito de «mercenarios».

Un final, por otra parte, esperado ya que el Málaga no puso oposición. Acudió al partido ya noqueado, consciente de sus limitaciones y de sus nulas opciones de victoria. No aprovechó ni siquiera la baja de Messi. No supo y no pudo cerrar el juego culé. Y el Barcelona campó a sus anchas de principio a fin. No necesitó ni pisar el acelerador y jugó con un ojo en Martiricos y otro en el Chelsea, próximo rival.

Eso es lo que más duele, que el Barcelona no tuvo que sudar para llevarse los puntos de Málaga. Que si hubo un plan para frenar al equipo de Valverde, nunca se puso en práctica. Que Luis Suárez se estrenó como goleador contra el Málaga CF en su sexto partido, que Coutinho marcó de tacón, que la rabia de Samu no se canalizó y le jugó una mala pasada o que tendrá que pasar al menos un año para volver a ver a un equipo como el Barcelona por Martiricos.

El 0-2 no fue una fiesta ni para unos ni para otros. Ni siquiera para los aficionados culés que pagaron 200 euros por una entrada en la reventa. Porque para nada es plato de buen gusto ver un partido tan desigual, entre un líder destacado y un colista desahuciado.

En anécdota también quedará el buen partido de Roberto, que evitó una goleada mayor. O el empeño de En-Nesyri en batallar cada uno de los balones. Incluso el Barcelona levantó el pie del acelerador. No hizo más sangre pese a que tuvo a un jugador más sobre el campo casi una hora de juego. Un indulto en toda regla para evitar un bochorno mayor.

Sí, lo de ayer fue como acudir al dentista. Pero es que quedan que pasar diez consultas más hasta que acabe el campeonato y no hay visos de mejora.

Si había alguna esperanza, hace tiempo que se perdió por el camino. Pero repetimos, el Málaga no descendió ayer ni tampoco lo hará cuando las matemáticas lo digan. Lo hizo el verano pasado con la nefasta planificación, lo incrementó durante los primeros meses de Liga con Míchel en el banquillo, no lo evitó durante el mercado invernal y lo ha venido certificando en cada una de las siete derrotas consecutivas que con José González se han firmado. Un año demasiado largo y doloroso como para salir vivos.