­José Luque fue uno de esos pioneros que se metió en esto del turismo antes de que los españoles creyeran en las suecas y supieran, incluso, lo que es viajar. En 1955, y después de comprarse un molino de aceite en Estepa, se vino a Marbella para acompañar a un amigo. Y mientras éste se entretenía haciéndole la corte a una novia, aprovechó para abrir los oídos y enterarse de qué iba la cosa en el pueblo. De aquel joven, que, según su hijo, creció con la chequera en un bolsillo y las canicas en el otro, forzado por la necesidad, surgió un hotel, El Fuerte, además de otro José Luque, el actual, que destaca un consejo de su padre: mantenerse siempre alerta, con curiosidad. Mal no le ha ido. Hoy el hotel es una cadena con cinco establecimientos. Y reconocimientos en campos, tan caros hasta hace muy poco en el sector, como la inquietud medioambiental.

La sostenibilidad, el ahorro energético, se ha convertido en una obsesión para la economía turística. Hasta el punto de que, con buena parte de la clientela comprometida y rotundamente a favor, ya ni siquiera se negocia. ¿Qué es lo que ha hecho que su compañía sea, en este campo, una referencia? ¿Cuál ha sido la estrategia?

Fuerte Hoteles es una empresa familiar y cuando, en 1996, con el hotel de Conil de la Frontera, iniciamos nuestra expansión nos dimos cuenta de que era el momento perfecto para poner en práctica desde el principo nuestros valores medioambientales. Surgió una amplia reflexión acerca del tipo de establecimiento que queríamos poner en marcha y, sobre todo, del lugar que tenía que ocupar en el mercado. Y ahí percibimos dos cosas: que Cádiz era un lugar que cada día atraía más a los alemanes y que éstos daban mucha importancia al modo de tratar la energía, por lo que todo , felizmente, encajaba. Decidimos hacer un hotel cien por cien sostenible, cuidando la orientación, el abastecimiento, los materiales. Y lo conseguimos. La prueba está en que fuimos los primeros en España en obtener la máxima certificación oficial.

El turismo sostenible se entiende también como sinónimo de equilibrio y en contraposición a la masificación que están sufriendo algunas ciudades. ¿Cómo se podría evitar el colapso?

Ese fenómeno es cierto que se está dando. Pienso en Venecia o en Barcelona, por poner un ejemplo más cercano. Andalucía, sin embargo, no lo está sufriendo todavía; aquí el problema de concentración no es con el espacio, sino con el tiempo: recibimos una gran afluencia de viajeros en verano, principalmente en agosto, que es cuando viajan los españoles. Se produce una inflación estival. Y quizá la solución pase por medidas como cambiar el calendario escolar o lanzarse a por turistas como los alemanes, con capacidad para descansar en otoño. Septiembre, de hecho, está funcionando muy bien gracias a esta demanda, que es de calidad, privilegiada, con mucha inversión, porque no todo el mundo se puede permitir parar al final del verano.

La patronal entiende que la administración debería contribuir más a aliviar la carga operativa de los hoteles, que en invierno se multiplica, al contar con un menor volumen de ingresos. ¿Rebajar el coste energético podría ser una solución?

Se han ensayado algunas fórmulas, como la bonificación para el impuesto de actividades económicas que propuso Marbella. Pero en general, para gastos tan cuantiosos como el energético no hay nada específico. Y estamos hablando de operaciones que exigen mucha liquidez y cuya amortización es siempre a largo plazo. Se debería, sin duda, beneficiar y buscar incentivos para los hoteles que abran todo el año. Eso generaría estabilidad a la economía.

La estacionalidad continúa a niveles muy altos. ¿Es una utopía conseguir que la Costa del Sol funcione a pleno rendimiento durante todo el año?

No, en la medida en que existe un precedente. En sus orígenes, la Costa del Sol no tenía una demanda estacional sino permanente. De hecho, hasta Ibiza se mantenía con sus hoteles abiertos. El cambio se produjo cuando los touroperadores empezaron a apostar masivamente por otros lugares con buen acceso desde Europa y clima también benigno; hablamos de Canarias, de Egipto, de Tailandia.

¿Alguna solución al margen de los incentivos y de las bonificaciones fiscales?

La fórmula de revertir todo esto, además de las ya mencionadas, sería apostar por la oferta complementaria y fuentes de atracción no dependientes del verano; la cultura y el golf, fundamentalmente. Es un reto difícil, porque hablamos de un destino construido en gran medida alrededor del clima. Y que tampoco tiene, como es lógico, una respuesta uniforme. Marbella, por ejemplo, cuenta con más reclamos alternativos como la gastronomía. En esto el turismo residencial se ha comportado como un aliado, porque genera economía y servicios y mantiene al destino activo, con riqueza.

Marbella, después de la convulsión política, recupera su esplendor. ¿Cuáles son las expectivas? ¿Se superarán los registros anteriores a la crisis?

Marbella sigue viviendo de sus rentas, que son muy importantes, pero necesita hacer como han hecho otros destinos del Mediterráneo y asumir lo que llamo las 3R: reinventarse, renovarse y realinearse con la calidad y la excelencia. Estamos en un momento de incertidumbre, con el PGOU paralizado. Y quizá por eso es el momento idóneo de asumir la reflexión sobre dónde se quiere ir, buscando siempre la alianza entre lo público y lo privado. Hay ejemplos cercanos como Málaga, que ha asumido este proceso.