El redactor jefe y columnista de La Opinión de Málaga, José María de Loma ha obtenido el segundo premio en el IV Concurso de Relatos organizado por la Asociación Cultural Marbella Activa, por su obra El sendero.

De Loma recibirá una cesta de productos de la firma D'Oliva y una consignación en metálico de D'Oliva y Marbella Activa, valorado en su totalidad en 450 euros.

El primer premio del concurso ha sido para al relato titulado Los de la casa maldita, cuyo autor es el jerezano Juan Manuel Sainz Peña, que fue en 2013 Premio de Novela Ciudad de Almería. El galardón está dotado con una consignación de 1.000 euros, gracias al patrocinio de la Fundación El Fuerte.

El tercer premio ha sido para la malagueña María Concepción García Benítez, por su relato titulado Ventana frente a ventana, galardonado con una estancia para dos personas, un fin de semana, en Hotel de la cadena Fuerte Hoteles.

La entrega de premios tendrá lugar el próximo viernes, día 19 de mayo, a las 20 horas en el salón Sevilla del Hotel El Fuerte de Marbella.

El jurado, compuesto por Ana María Mata, Alejandro Pedregosa y Francisco Javier Moreno, ha destacado el alto nivel de calidad de los relatos recibidos, más de 80.

A continuación, reproducimos el relato premiado:

Relato de José María de Loma

El sendero

Me gusta imaginar cómo sería este sendero hacia la playa allá por los años sesenta, cuando el guitarrista cuyo retrato adornó mi adolescente habitación bajaba por él para berrear, fumar porros y beber cerveza junto a alguna nativa. Tal vez, por ejemplo, la señora que hace un rato me disputó el turno en esa tienda de la calle Peral. Me gusta imaginarlo y me gusta no tropezar, así soy yo, un escritor distraido que intenta cada día pensar en fijarse en el sendero por el que baja sin lograr cumplir nunca ese propósito. El de fijarse. Aunque, a decir verdad, hay poco en qué fijarse. Y cambiar, lo que se dice cambiar, el sendero debe haber cambiado poco. Lo que ha cambiado es su alrededor. Además de imaginar cómo sería en el pasado este sendero o camino también me gusta bajarlo bien temprano cuando tengo ganas de trabajar. Y de andar. Hoy tengo. O, para precisar mejor y no engañar al lector, diremos que hoy tengo presión. De mi editor. Los editores es que son muy de presionar. Presionan para que la gente no les envíen manuscritos a lo loco pero ellos presionan a los que quieren publicar para que se den prisa. El mío me ha llamado esta mañana. Para darme tres cosas: un anticipo, dolor de cabeza y un ultimátum. Debo entregarle el libro de aforismos dentro de dos semanas. Unos setecientos aforismos. Llevo 42. El reto es grande, el anticipo, jugoso, el dolor de cabeza persistente y la mañana se está metiendo en nieblas. Llevo un par de libros para entretenerme, evadirme o poner la cabeza en ellos a modo de almohada. Uno es de Blas de Otero y el otro de Gabriel Celaya. Una vez comencé un relato ambientado en Marbella en el que Otero y Celaya, tras llegar de Bilbao, tomaban habitaciones en un modesto hotel de la calle Aduar y se pasaban el día haciendo versos, requiebros a las jovencitas, paellas infames y aviones de papel. Un periodista local los entrevisto para Radio Nacional, en esas instalaciones que la emisora tenía en Ricardo Soriano. A cambio, estos le regalaron un epitalamio. Sin embargo, abandoné el relato ante la posibilidad cierta de cambiar el tercio y narrar la vida de un fantasma en ese edificio, que como (no) sabéis, amigos lectores, fue derruido pero antes estuvo medio derruido e incluso cuando estaba sano albergaba fantasmas. En cualquier caso, tampoco escribí ese relato. Nada. Ni una línea. Yo soy más de imaginar que de escribir. Me disperso. Muchas ideas pero poco trabajo. Esto se está convirtiendo en una digresión ya un poco larga. La digresión es un país atractivo, que linda con la inspiración por el norte, con la vagancia por el sur y que en ocasiones invade el reino de la literatura y lo espesa como un cirro barrigón que se posara sobre una ciudad contaminada.

El caso es que ya he bajado el sendero. Ya estoy en la playa. Dispongo de todos los útiles para el trabajo, aunque el principal es mi imaginación. También dispongo de más arena de la que quisiera, dado que hace aire o viento o las dos cosas. En esta zona había un espigón cuando yo era adolescente. Cuando quitaron los espigones barrieron de golpe muchos recuerdos. Sobre todo de magreos. Los espigones para los que viviamos en la Marbella de finales de los ochenta suponen recuerdos de conatos de polvo o de caricias románticas o las dos cosas. Allá íbamos los mozos y mozas sin posibilidad de habitación a consumar amores o botellines de cerveza. Estoy en la playa y se me ocurren aforismos sobre el sol y los espigones, la adolescencia y la playa, pero no se me ocurre por qué ando en semejante lío de plegarme a los deseos de un editor cuando yo lo que quiero es escribir una novela. No una novela que cambie el mundo y su devenir, ni siquiera que haga un fresco sobre la Marbella actual. No. Una novela simple, con su tapa dura y su edición posterior de bolsillo. Con algo más de doscientas páginas y un prologuista que ensalce mi labor y tilde de imprescindible la obra. Que se reseñe en suplementos literarios de diarios de provincia donde a ser posible me saquen con foto. Eso quiero yo. También una cerveza quiero. El guitarrista que bajó este sendero siendo ya célebre (célebre el guitarrista, no el sendero) también tomaría aquí cerveza, no sé si ya lo he dicho.

Me he documentado mucho acerca de cómo fueron aquellas estancias en Marbella del célebre guitarrista, lo cual quiere decir que he puesto un par de veces su nombre y la palabra Marbella en Google y me han salido varias noticias de prensa. La más interesante es de Sol de España, un periódico que se fundó en 1967 en Marbella y que luego se trasladaría a Málaga. Dejaría de publicarse en 1982. Su redacción marbellera estaba en un edificio que hoy es azul y de viviendas, al norte del mercado nuevo, un poco más abajo de los juzgados. Sus empleados, llegados de diversas partes de España, vivían en su mayoría en una colonia de apartamentos, bungalows (ah, que palabra más bella y que cruel su desuso) en lo que hoy es el polígono La Ermita. La crónica del diario narraba los usos marbelleros del artista, su visita a clubs de la época (¿el mítico Pepe Moreno?), daba cuenta de en qué hotel se alojó y explicaba que se le podía ver en este u otro restaurante, como el ´7 puertas´, donde por cierto a mí me llevaban mis padres de pequeño porque daban unos flamenquines que quitaban el sentido. La cartera, no. El caso es que sigo en la playa, el caso es que no se me ocurren aforismos, si acaso algún retruécano de poco valor. Cosas como ´las bicicletas son para el vegano´ o ´el puerro es el mejor amigo del hambre´. No consigo aforismos de profundidad aunque sí de ingenio. Un ingenio como rápido o tuitero. Gómez de la Serna me correría a gorrazos. Yo siempre amaré una ciudad, como Marbella, que le tenga dedicada una calle a Gómez de la Serna, si bien a Gómez de la Serna lo que hay que dedicarle son horas de lecturas. "Una niña deja de ser inocente cuando ya no persigue mariposas descalza" es mi greguería favorita. Un querido profesor del instituto Rio Verde intentó aficionarme a las greguerías recitándome esa de "la S es el anzuelo del abecedario". Y a mí aquello me pareció una tontuna. Enmendé mi impresión cuando leí un viejo volumen del autor en el que la cosa, sin duda, mejoraba mucho. No conviene que me siga dando el sol ni que permanezca aquí mucho tiempo. Reviso el teléfono. Nada interesante en Istagram ni en Facebook si excluimos la foto de un allegado quemando filetes en una barbacoa en el Lago de las Tortugas, donde tantas veces me quemé yo la cara y la espalda en esas tardes veraniegas de la infancia en las que uno piensa que merendar es lo mejor del mundo, que el estío es infinito y que tus padres son inmortales. Ya me siento incómodo y pienso si no estaría mejor arriba en casa, a la sombra, en la mesa. O en una cafetería, quizás en una biblioteca pública. O incluso en un autobús dando vueltas por la ciudad. Voy recogiendo. Me pongo de pie. Me sacudo la arena. Apilo mis cosas. Giro un poco. Una bella bañista, una familia. Dos paseantes. No rumor de olas, como escribiría un novato, más bien ruidazo de olas. Aves en el cielo. Las aves en el cielo siempre quedan bien en un relato. Dan ambiente. Sin embargo, a mí lo que me gustaría que sucediera es lo que realmente está sucediendo si es que no es todo producto de una insolación o de mi imaginación. Porque, sí, en efecto. Estoy de cara al sendero. Y lo estoy viendo. A él. Muy viejo y cansado, con un bastón. Con esa perilla. Polo y bañador azul. Piernas delgadísimas que apenas pueden mantenerlo. Va acompañado de una joven. Sí, carajo. Es el guitarrista. Ahí viene de nuevo. Supongo que tendré que ir a su encuentro y decirle algo. Supongo. Un ídolo así no puede uno dejar que se escape. Aunque a decir verdad, prefería la mirada que tenía en aquel póster de mi habitación.