Néstor Kirchner ha declarado inconstitucionales las leyes de Obediencia Debida y Punto Final adoptadas entre 1986 y 1987 por Raúl Alfonsín. En virtud de ellas, un tipo podía haber violado a una embarazada o a una anciana de 84 años sin que la Justicia le reclamara. Decimos una embarazada o una anciana por resumir, pero los militares argentinos de la época también robaron niños a los que les aplicaron la picana para excitarse sexualmente y arrojaron hombres al mar desde los helicópteros de las Fuerzas Armadas. Todo ello con la bendición de la misma Iglesia que tan preocupada está ahora por la desaparición de la familia. Es probable que la transición argentina de la dictadura a la democracia no hubiera sido posible sin esa concesión, pues los criminales constituían un poder fáctico demasiado potente. La Ley de Obediencia debida y Punto final (curiosa mezcla de lenguaje castrense, o castrante, y gramatical) se firmó a punta de pistola. Lo curioso es que nadie, hasta ahora, se hubiera dado cuenta.
En España sabemos mucho de transiciones. Aquí también hubo una ley de Punto Final implícita. No se firmó ningún papel, no se aprobó ninguna ley, pero hubo un pacto tácito por el cual decidimos no llevar a la cárcel, por colaboración con banda armada, a los esbirros del Caudillo, ni a su yerno. Por ahí andan todavía, unos metidos en política; otros, en negocios; la mayoría, viviendo de las rentas de los prostíbulos reales o morales que Franco les montó a cambio de los trabajillos sucios que le hacían. Aquí sería imposible revisar aquel pacto porque no se firmó. Visto lo visto, quizá habría sido mejor decir las cosas claramente:
-No les metemos a ustedes en la cárcel porque tenemos miedo de que nos monten un golpe de Estado.
De hecho, nos lo montaron. El 23-F del 81. Y eso que habíamos aceptado todas sus condiciones. De la transición española se habla como de algo modélico porque hemos hecho otro pacto para no decir la verdad. Y la verdad es que aquí hubo una Ley de Obediencia Debida y Punto Final que no tiene nada que envidiar a la de Alfonsín. A ver cuánto tardan en darse cuenta los historiadores.