"Libro no, producto", dicen los mercadoténicos. "Libro, no producto", corrigen los escritores que manejan bien las comas. Hacen bien los escritores en enfadarse cuando se llama producto a lo que escriben pero no yerran los mercadotécnicos al llamar producto a lo que hacen las editoriales con los textos de los escritores. Cualquier producto se vende más que un libro, al menos entre los no lectores, aquellos a quienes se dirigen ahora los editores porque los lectores saben a qué atenerse y son un mercado cautivo. Vas a un no lector a decirle que compre un libro y lo normal es que conteste que ya tiene uno. Vas a un no lector a que compre un producto y lo ve de otra manera. "Se parece mucho a un libro pero es un producto: es nuevo y no lo tengo". Y lo compra. Un cinturón o unos zapatos son productos que no se avergüenzan de serlo y por eso se venden tanto. Las personas sólo tienen una cintura y en la mayor parte de los casos disponen de dos pies pero suelen tener tres cinturones y media docena de pares de zapatos.

Desde el punto de vista mercantil, un producto es mejor cuanto más se vende pero en la literatura se suele generalizar que unos libros son buenas obras y mala mercancía y que los que son buena mercancía resultan malas obras. Muchos escritores aceptan el destino de dirigirse a pocos porque no pueden aceptar el fracaso como proveedores de mercancías para muchos. Eso implicaría que son malos productores y a lo que aspiran es a ser buenos escritores. Aceptan mucho mejor que sus libros sean llamados mercancías cuantos más ejemplares venden.