Laura Aguirre Hilla, la señorita Laura como la conocen en Álora, dedicó su vida a ayudar a los más necesitados. Su testimonio ha dejado tan profunda huella, que esta semana el municipio la ha recordado con diversos actos que culminaron con una misa en su memoria.

Entre sus obras más notorias figuran un hogar de acogida para niñas y una residencia de ancianos, donde pasó sus últimos días.

María de los Ángeles López Gutiérrez, que estuvo bajo su tutela once años, se ha volcado estos años en mantener vivo su recuerdo. "Es la única forma de pagarle todo lo que hizo".

Siguiendo los pasos de su mentor el padre Arnáiz, Laura Aguirre llegó a Álora en la posguerra, que en esos momentos estaba azotada por la economía de subsistencia de la época.

La población se caracterizaba por familias numerosas sumidas en la pobreza con una alta tasa de analfabetismo, sobre todo femenino. La educación que su familia le dio a Aguirre era propia de una familia pudiente. Su conocimiento de diversos idiomas y una sensibilidad artística inculcada por su maestro, Julio Romero de Torres, eran excepcionales para la época.

A su llegada a Álora, su profunda fe católica le "hizo ver a Cristo necesitado en las niñas de Álora", afirma Francisco Sánchez Núñez, arcipreste de Álora. Las menores, algunas huérfanas y otras de familias que no podían atender a todos sus hijos, encontraron en Laura una tutora y una madre.

Además de educarlas, "les transmitía valores de respeto y saber estar, lo que hace una madre", añade Francisco Sánchez Núñez. Hoy podemos saber la verdadera labor de la señorita Laura, gracias a María de los Ángeles López Gutiérrez: "Hacía de todo, intentaba que estuviéramos limpias, que comiéramos bien y nos enseñaba a leer y a escribir. Desde el punto de vista de la comunidad cristiana la motivación principal de su labor fue la fe", señala el arcipreste de Álora.

Iglesia y Ayuntamiento han realizado estos años diversos homenajes: "Son necesarios para aportar una nueva visión, tratando de orientar la fe como ayuda a los necesitados", añade Núñez.

La señorita Laura empezó en una casa cedida por los vecinos y, gracias a su perseverancia y a su colaboración, llegó a conseguir que le cedieran el antiguo convento Virgen de las Flores. El estado de ruina de éste no fue un impedimento para sacar adelante a "sus niñas". La colaboración de los vecinos fue fundamental para el éxito de su empresa basada en la caridad.

Las necesidades de la población aloreña comenzaron a cambiar a finales de los 70; en aquel momento la situación se transformó, "los más necesitados pasaron a ser los ancianos", explica el arcipreste de Álora. Por ello, la casa para niñas se fue transformando, poco a poco, hasta convertirse en un centro para mayores. Un busto cercano a la residencia recuerda la imagen de Laura, a pesar de que nadie en el pueblo olvida la profunda huella de bondad y entrega. Su legado es la residencia para ancianos Virgen de las Flores en la que ella misma pasó sus últimos días.