Como cada 15 de noviembre en Frigiliana, aunque sólo sea para un reducido número de lugareños que son herederos directos de los antiguos trabajadores del ingenio azucarero de la familia De la Torre, será honrada un año más la memoria de Isidoro Zorzano. Fallecido otro 15 de noviembre, el de 1943, a este ingeniero se le despidió ya por entonces con «fama de santidad». Y, sin embargo, será ahora cuando se pueda ver culminado el proceso para su beatificación. «No había persona tan entregada a los más necesitados, ni con tanta sabiduría para encima haber hecho posible la modernización del ingenio de azúcar que ha llegado hasta hoy. Era muy inteligente y muy desprendido. Estaba enfermo en plena Guerra Civil y seguía dejándose la piel por los más pobres».

Federico de la Torre, primo hermano del actual alcalde de la capital, Francisco de la Torre, mantiene viva la memoria de Isidoro y, consciente del movimiento popular que se avecina, recalca que este ingeniero, hijo de españoles que habían emigrado a tierras argentinas, había entablado una extraordinaria amistad con el progenitor del regidor malagueño: «Mi tío, Francisco de la Torre Acosta, padre de Francisco, el alcalde de Málaga, era bastante conocido en aquella época. A su memoria ha quedado hasta una calle en la ciudad que hoy tiene a su propio hijo al frente. Así entabló una estrecha amistad con Isidoro, hasta encargarle unas mejoras hídricas en el ingeniero azucarero».

Del servicio a la comunidad que prestaba por su condición de ingeniero civil, se le había unido una labor social muy significativa. También en su grupo de colaboradores en el trabajo diario con enfermos, pobres y menores sin recursos, se le unió otro vecino de Frigiliana, Ángel Herrero. Ya por entonces no se le dejaba de catalogar como «santidad en la tierra». Y hubo quien se refería a él como testimonio terrenal de Jesucristo.

En la biografía de Isidoro Zorzano, según fuentes del Ayuntamiento de Frigiliana, figura una coincidencia histórica también singular: «Nació el mismo año que José María Escrivá de Balaguer, posterior fundador del Opus Dei y canonizado hace menos de una década, y ambos coincidieron al estudiar el bachillerado en un mismo colegio, en Logroño. Quizás empezó ahí su vocación servicial». Los mayores en el municipio axárquico recuerdan las temporadas que Zorzano pasaba en los cortijos del pueblo y el empeño que le puso a la mejora del ingenio, desde donde actualmente se comercializa la tradicional miel de caña malagueña.

Sus últimas visitas a Frigiliana se produjeron poco antes del estallido de la Guerra Civil. Nada más iniciarse la contienda bélica, tomó el camino hacia Madrid. Viajaba con un estado de salud mermado y, al empeorar años más tarde, fallecería finalmente el reseñado 15 de noviembre de 1943. Tenía 41 años.

Las personas de Frigiliana que con el paso de los años no han dejado de encomendarse a Isidoro, ya anticipan que participarán activamente en cuantos actos se celebren para que sea declarado por la Iglesia como beato. Antonio Ortega ha profundizado en su biografía y especifica que murió por «linfogranulomatosis maligna». Y que quienes le curaban en sus últimos días se hicieron eco por escrito, de aquella «enorme alegría espiritual que le llevaba a sonreír cuando más agudos eran los fuertes dolores que padecía», argumenta.

Este vecino que oyó hablar a su padre acerca de Isidoro, agrega que la coincidencia con Balaguer no se perdería en la época de su bachiller. «Ambos siguieron en contacto hasta sus últimos días. Porque Isidoro ingresó en el Opus Dei en 1930 según algunos archivos y hasta recibió la unción de enfermos de manos de su fundador».

La etapa más activa para impulsar su beatificación se remonta al periodo comprendido entre 1948 y 1954. En ese periodo se instruyó en Madrid, a pesar de que este hijo de emigrantes había nacido en Buenos Aires y, de hecho, poseía en plena Guerra Civil la libertad de movimientos que le fue concedida a los extranjeros, un procedimiento informativo acerca de la vida de santidad que había llevado.

«Fue alguien que dejaba huella nada más oírlo, que entre las personas que lo trataron puso bases de ayuda a los demás, de verdadero sacrificio por la comunidad. Su fe era infinita y el amor que dio, al menos aquí en el pueblo de Frigiliana podemos decir que ha llegado hasta nuestros días». Ortega explica que con el archivo histórico que fijaba la «fama de santidad» y esas virtudes de «siervo de Dios, allá por el año 1964, en la ciudad canadiense de Montreal se pudo verificar mediante proceso público que le había correspondido a su intercesión una curación milagrosa». Cuatro décadas después, será al fin beato.