Sentirse defraudado por el uso abusivo del dinero y la mentalidad alternativa van de la mano. Generalmente son personas que gustan de la vida sencilla. Los integrantes de la asociación Coín en Transición son un claro ejemplo de ello. Han hecho del decrecimiento económico una forma de estar en el mundo y han establecido una red de apoyo mutuo que funciona mediante trueques de bienes y servicios pagados con una moneda propia, los «coínes», que no está sometida a vaivenes financieros.

Las más de 70 personas que integran desde hace dos años este grupo local ya conocen las ventajas de pertenecer al movimiento Ciudades en Transición, que consiste en convertir los pueblos y ciudades en lugares más humanos, ecológicos y sostenibles, estableciendo vínculos que fortalezcan a las personas frente a las crisis económicas. El más conocido es el de Totnes, Inglaterra, iniciado en el año 2005. El movimiento se extiende hoy por varios países de todo el mundo.

Un sistema posible y real. El sistema en el que viven es posible y ellos los demuestran cada día. Tienen huertos ecológicos colectivos para el autoconsumo en dos terrenos cedidos, utilizan materiales sostenibles en su área de bioconstrucción y aprovechan las energías alternativas, como la corriente de un río, para hacer una bomba de ariete y regar sus cultivos. Construyen hornos solares aprovechando los fotolitos de las imprentas. Se abastecen de los productos locales siempre bajo la premisa de «si ayudas al vecino, te estás ayudando a ti mismo», tal y como explica uno de los integrantes de Coín en Transición, Ildefonso Hernández.

Felicidad sin complicaciones. Ilde, como lo conocen en la asociación, trabajaba en una multinacional de la que lo despidieron «por ser más justo con los clientes que con la empresa». Actualmente vende sistemas de telecomunicaciones vía satélite por Internet, pero sólo trabaja ocho horas a la semana. «Mi objetivo es decrecer económicamente para necesitar menos, y así puedo dedicar tiempo a las personas que quiero».

Vive en Coín junto con su hijo de cuatro años (tiene su custodia compartida) en una habitación alquilada y convive en casa con su arrendadora, a la que sí paga en euros. Casi todo lo demás, lo abona en coínes porque encuentra lo que necesita en la asociación, en el mercadillo interno. Para conseguir la moneda local, hace trabajos para otros miembros que lo necesitan. No gasta combustible, se mueve en bicicleta incluso para recoger a su hijo del colegio, ante las miradas curiosas de sus compañeros. No gasta en juguetes, prefiere invertir el tiempo que emplearía para ganar ese dinero en elaborar para su pequeño juegos que son la envidia de muchos niños. Y es inmensamente feliz.

Nella van den Brul es una holandesa de 65 años. Vive sola en Arroyo de la Miel, pero está muy vinculada al movimiento. Se dedica a la venta de pinturas y en Coín en Transición, está encargada del mercadillo interno. «Yo he pedido apoyo para la limpieza de mi casa y para hacer unas tareas en mi empresa, y han acudido cinco personas a las que he pagado en buena parte con coínes. Para conseguir la moneda, hago pasteles».

Santi Hevilla tiene 56 años, vive en Coín y siempre ha estado involucrada en el movimiento ecologista. «Tengo mi huerta y frutales, cultivo para autoconsumo y compro en coínes pan, bizcochos y hortalizas que no tengo», explica. La moneda local la consigue vendiendo sus acelgas en el mercadillo interno y asegura que el dinero no le soluciona nada, prefiere pagar con este trueque.

Ana Blanco y su marido huyeron del ajetreo de Madrid hacia una casa de campo en Coín. Esta malagueña de 39 años trabajaba en una multinacional americana de consultoría informática. «Cuando me quedé embarazada, pedí una excedencia, mi marido sigue trabajando porque tenemos una hipoteca que pagar, pero lo que puedo lo compro con coínes, como fruta o mano de obra para mi campo», asegura. La moneda interna la consigue ofreciendo su ayuda en cuanto a soporte informático, o vendiendo limones y almendras de su terreno.

Ahora está embarazada de su segundo hijo y asegura que su niña, de dos años y medio, «está encantada con el sitio». Admite que con un sueldo «aquí se vive mejor y con menos dinero que en la ciudad». El producto ecológico para ellos es esencial. Rechazan la carne y la leche, incluso la niña, que «nunca enferma y tiene una vitalidad impresionante».

«La gente nos llama hippies a los que vivimos de una forma distinta a las normas sociales. Pero yo creo que la palabra que nos identifica es alternativo, alternativo a lo convencional», concluye.