«Es ahora cuando he conseguido sentirme bien conmigo misma, porque antes vivía con miedo». Las palabras son de Encarni, una joven de 25 años que abandonó su casa de La Carolina, en Jaén, hace cuatro años, huyendo de los maltratos de sus padres, ambos alcohólicos.

Parecido es el caso de Antonio, alcohólico en rehabilitación, a quien su mujer, politoxicómana, le maltrataba física y psicológicamente. «Me amenazaba , ha prendido fuego a mi casa varias veces e incluso ha mandado gente a pegarme. Para mí ha sido una liberación alejarme de ella», confiesa, una situación que unida a su adicción le hizo pedir auxilio.

No les unen apellidos, parentescos o lazos de consanguinidad pero ambos forman parte de una auténtica familia. Cada uno ha pasado por experiencias difíciles que les han llevado en un momento de sus vidas a pedir ayuda. Ahora, por fin, la han encontrado en Alozaina gracias a la casa de acogida Pepe Bravo de la Fundación Escuela de Solidaridad, donde se les brinda el calor de un hogar y la oportunidad de empezar de nuevo.

Como afirma la responsable del proyecto Casa Pepe Bravo, Mariló Cejudo, pese a venir de situaciones de clara desventaja social, cada una de las personas acogidas asume un papel protagonista en la vivienda.

En esta familia, mientras unos se ocupan del mantenimiento y mejora de las instalaciones de la casa, otros lo hacen de la limpieza, de la cocina o de la lavandería. También tienen la posibilidad de aprender un oficio en los diversos talleres artesanales que los voluntarios de este proyecto llevan a cabo a través de la empresa Arte de mis manos Al-Andalus. «Además de recuperar viejos oficios que se están perdiendo, lo que se pretende con estas tareas ocupacionales es que tengan un trabajo que favorezca el pleno desarrollo de sus capacidades», asegura Cejudo.

Así, es fácil encontrar en las dependencias de este hogar numerosas muestras de arte que nacen de las manos de sus huéspedes, como vasijas de barro, juguetes de madera, móviles para cunas de bebés, zapatillas pintadas con acuarela, entre otros objetos, que venden a través de su propia tienda o en diferentes ferias artesanales y cuyos beneficios van destinados a la casa de acogida.

La actividad se complementa con su mercadillo solidario, creado con objetos traídos por personas de dentro y fuera del municipio, así como de negocios que han cerrado como consecuencia de la crisis, y que les han llevado a recaudar 700 euros desde el pasado mes de diciembre.

En estos momentos, son unas 20 las personas que conviven en esta casa entre voluntarios y huéspedes, siendo estos últimos unos doce. Inmigrantes, adolescentes en situaciones límite, adultos que sufren adicciones o que han vivido episodios de malos tratos, son algunas de las historias de las que son testigos sus paredes.

Una nueva oportunidad

Por problemas de ansiedad y depresión, Toñi lleva 12 años en tratamiento. Tras intentar suicidarse, fue su pareja quién tomó la decisión de llevarla a este centro, donde ahora se recupera favorablemente. «He encontrado mucha ayuda y compañerismo. Siempre que estoy triste consiguen hacerme sonreír», explica.

De Marruecos llegó Kaiss, de 21 años, tras pasar por varios centros de menores de la provincia y vivir un tiempo en la calle, llegando incluso a buscar comida entre la basura. Tras más de dos años en la casa, está luchando por sacarse el graduado escolar. «Aquí me siento muy bien, como si viviera con mi familia en mi propia casa», afirma.

El legado de Pepe Bravo

Fundación Escuela de Solidaridad nació fruto del espíritu solidario de un vecino de Alozaina, Pepe Bravo, fallecido hace dos años. Una infancia marcada por el hambre y la necesidad, le llevó a consagrar su vida a trabajar por los demás, ofreciéndoles un techo y un trabajo que arrojara a los más necesitados un rayo de esperanza en sus vidas. Él mismo fue quien rescató una antigua cooperativa textil, hace más de cuarenta años, tras emigrar a Marruecos y Argelia, y la fue habilitando para poner en marcha esta iniciativa social.

Junto a este refugio, el proyecto Casa Pepe Bravo también cuenta con un museo que rescata viejos aperos de labranza donados por vecinos de Alozaina, desde hace más de 30 años, y que constituye una importante fuente de recursos para la Fundación.