Un reloj detenido a las doce menos cuarto, lápices, bolígrafos, monedas, medallas religiosas. La historia de la represión en Teba recorre los túmulos del camposanto, pero también las barreras del silencio, definitivamente quebradas con el inicio de los trabajos. Familiares que confiesan por primera vez a sus hijos que los suyos murieron en la Noche de los 80, episodios de éxodos, de supervivencia, e, incluso, de torturas en Mauthausen, donde perdieron la vida siete de los que lograron escapar de la matanza de España.

Andrés Fernández, director de los trabajos, relata la emoción de un vecino que, mientras golpeaban las palas, contó a su hija que su hermano mayor fue también ajusticiado la madrugada del 23 de febrero. Un episodio que arrastra un silencio espeso, mantenido durante más de medio siglo. Los testimonios, consultados por los investigadores, aluden también al caso de una de las víctimas que en el momento del tiro de gracia mordió con saña la pierna de su verdugo, que murió meses más tarde como consecuencia de la infección.

En el pueblo todavía se recuerda el caso de un hombre, fallecido recientemente, a los 95 años, después de haber hecho hasta tres veces el camino mortal al cementerio. Juan Fuentes, coordinador de los trabajos, lo pone de ejemplo de la arbitrariedad de las ejecuciones. «Alguien lo delataba, pero cuando estaba delante del verdugo llegaba una orden de otra persona que exigía que lo dejarán libre», señala.

La memoria de Teba contiene asimismo la historia trágica de un superviviente que logró echarse al monte justo en el momento en el que era conducido al camposanto. Huyó a la carrera y logró alcanzar el frente republicano. Más tarde huiría a Francia, pero con tan mala suerte que acabó siendo víctima también de los nazis. Falleció en el campo de exterminio de Mauthausen, junto a otros seis vecinos del pueblo, algunos de ellos después de participar en la resistencia de París.

En las exhumaciones de Teba se ha encontrado una amplia relación de objetos, principalmente enseres personales. Decenas de mecheros, relojes, anillos, medallas religiosas, lápices peines e, incluso, bolígrafos, que no eran muy habituales. Cada artículo ofrece una información que podría resultar determinante en la aproximación a las identidades de los cuerpos. «En algunas exhumaciones nos han dado pistas porque son utensilios a veces propios de profesiones», precisa Fernández.