­Francisca Becerra asegura que siempre ha sentido que su hijo está vivo. Esta vecina de la pedanía antequerana de Cartaojal, de 72 años, está convencida de que su tercer pequeño, que nació el 4 de diciembre de 1966 en el antiguo hospital de San Juan de Dios de Antequera, fue uno de los bebés robados. «Mi hijo estuvo tres días mamando, un niño sano que nació en perfecto estado; así se recoge en mi parte de entrada al hospital, que pone: muy bueno», dice la madre. Es el único documento que sus dos hijos mayores y la asociación de bebes robados de Málaga han podido conseguir para probar que Francisca tuvo esos días un bebé porque ella nunca pudo ver el cuerpo del pequeño ni conocer dónde lo enterraron, a pesar de que tuvo que dar 400 pesetas para un entierro al que nunca asistió.

«Faltan documentos, no hay nada más que un papel de ingreso que hemos conseguido en el hospital en el que se recoge que entré el 22 de noviembre, di a luz el 4 de diciembre y salí el 7 de ese mes», dice Francisca.

Como ocurre en otros muchos casos de bebés robados, nada se sabe de la defunción del pequeño ni en el Archivo Histórico, ni en el Registro de Antequera o Málaga y, para Francisca, muchas respuestas se quedaron en el aire en la noche del 6 de diciembre de1966. «Cuando mi madre fue ese día a ver al bebé se fueron para el cortijo por la tarde; entonces vino una monja a decirme que debía llevarse al pequeño para que lo viera el médico, don Salvador; yo le dije que por qué si no estaba enfermo ni nada», explica. Ésa fue la última vez que la madre vio al pequeño; horas después, la misma monja le comunicó que «se había puesto malito» y había fallecido. «Yo estaba sola, me puse a llorar y pregunté de qué había muerto y que quería verlo, la monja no contestó y me dijo que no podía ser, que por la mañana cuando viniera mi madre», asegura Francisca.

Al día siguiente, relata la mujer, la monja no atendió ninguna de las peticiones de la familia. No pudieron saber de qué había fallecido, ni ver al médico y tampoco el cuerpo del pequeño, que se iba a llamar José Luis. «Cuando por la mañana vino mi madre la monja le aseguró que se habían llevado el cuerpo y después cuando me dieron el alta me dijo que no sabían dónde lo habían enterrado», explica. Francisca asegura que se aprovecharon de su situación y que eran personas del entorno rural que no sabían cómo reclamar. Además, ella estaba sola porque su marido estaba trabajando entonces en Alemania: «Y no tuve fuerzas para decir nada». Ahora, después de conocer la situación de muchas madres del resto del país, Francisca vio reflejada su historia en ellas y trasladó su caso al médico de familia de Cartaojal, que les puso en contacto con la asistenta del centro de salud de Antequera. La asociación malagueña creada para estos casos les derivará a un abogado que empezará a investigar los hechos. Francisca solo piensa en encontrar a su hijo y poder decirle que fue un robo y que siempre ha estado en su memoria.