En medio de las Guerras Napoleónicas, Andalucía luchaba por mantener la independencia de España tras la llegada de las tropas a la región con resultados dispares: Cádiz, la ciudad más liberal de Europa, sufría el asedio francés entre brotes de una democracia incipiente; Málaga, en cambio, sucumbía ante un contingente de tropas franco-polacas.

Así, en 1810 la milicia imperial entraba en Montejaque, en su pretensión por conquistar la comarca de Ronda. Setecientos soldados de la Grande Armée iniciaban la toma de la Serranía sin augurar que apenas doscientos hombres, sin aparente maña, destreza o habilidad para la lucha armada, les sorprendieran con emboscadas sucesivas que provocarían su consecuente derrota. La única ventaja: el conocimiento del terreno.

La llamada Batalla de la Puente se volvió a reproducir en este pueblo serrano este fin de semana, ante la mirada de cientos de visitantes que recorrieron las calles rociadas de paja para contemplar la actuación que los montejaqueños escenificaron con la ambientación y vestidura propias del contexto histórico. Esta fue la quinta edición de un evento que surgió en 2010, con motivo del bicentenario del gran asalto.

El estruendo de los disparos al aire con fusiles y trabucos, realizados por los ataviados soldados franceses y lugareños de la época, servía de seña auditiva para llegar a la plaza del pueblo, escenario de los actos realizados el sábado 18. Allí, la llegada de las fuerzas napoleónicas ejerció de principal reclamo. Antes, el delegado de Gobierno de la Junta de Andalucía en Málaga, José Luis Ruiz Espejo, pronunció el pregón de la fiesta. Además, se escenificaron acciones comunes del siglo XIX como una boda flamenca, reyertas en una cantina o una zambra gitana.

La Batalla de la Puente

La ofensiva tuvo lugar el 20 de octubre de 1810. A las órdenes del guerrillero José de Aguilar, vecinos de Montejaque, Atajate, Benaoján, Cortes de la Frontera y Jimera de Líbar, lograron expulsar a los franceses en el puente del río Gaduares. Este año la asociación encargada trasladó el acontecimiento al mismo lugar donde se libró la lucha, que se revivió el domingo a media mañana y puso en valor el papel que la mujer tuvo en la victoria: actuando de espías enlaces con los herreros, agricultores o panaderos huidos del pueblo y participando en actos de sabotaje, a la vez que asumían las labores agrícolas en ausencia de los hombres.

Tal fue su mérito que famosa se hizo una frase supuestamente pronunciada por un militar francés: «No matadlo, casadlo con una montejaqueña», en alusión a su implicación y osadía.

Los diferentes bandos representaron la progresiva caída de las tropas napoleónicas, sorprendidas por unos escondidos brigans o bandidos, como los afrancesados llamaban a los serranos. Uno a uno, los militares de singular traje azul y blanco fueron cayendo en el campo de batalla hasta acabar en un duelo de espadas entre Aguilar y el comandante de los franceses, que al grito de liberar a los pueblos de sus represores había mandado a sus soldados a la batalla. La puesta en escena finalizó con la derrota de este último y la toma de la bandera tricolor por el contingente serrano.

Según cuenta la historia, en el puente de Montejaque el comandante de la caballería patriota Francisco Gómez mató a un oficial enemigo, al igual que el comandante de Atajate Juan José Barranco hizo con otro. De este modo, los galos fueron rechazados de todos los puntos y perseguidos hasta el arroyo del Cupí, desde donde se retiraron a Ronda, tras perder parte de la división enfrentada y con tan solo dos heridos y un caballo muerto en el bando contrario. Años después, la derrota francesa en un Cádiz que pudo ser y no fue contribuyó a la liberación de España de la ocupación. Málaga sería liberada en 1812. La Serranía nunca llegaría a conocer el bastón de mando de Napoleón, que en sus memorias reconocería que la «maldita» Guerra de la Independencia Española fue «la causa primera» de todas las desgracias de Francia. «Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con ese nudo fatal».