Hace más de 2.000 años los celtas consideraban a los caballos maestros que les aportaban sabiduría y sanaban sus enfermedades. En el siglo XXI, los equinos siguen demostrando la magia que llevan dentro para mejorar la vida de las personas y ser una herramienta terapéutica infalible en la aplicación de tratamientos.

Didia Clara Rivas pone su pecho sobre la parte trasera del cuello del caballo lo que le permite abrir su canal emocional al sentir el bombeo de la sangre del animal. Es una de las terapias que aplica a los pacientes con depresión o estrés. Y es que como explica esta psicóloga, experta en intervención asistida con animales, «el caballo te permite conectar con tus emociones, te da paz y tranquilidad».

Rodeados de naturaleza entre la Sierra del Camorro y el embalse de Iznájar, en Cuevas de San Marcos, Didia Clara Rivas y Juan Manuel Luque emprendieron hace poco más de un año un viaje a través la Pluma de Pegaso brindando las bondades de los equinos.

La equinoterapia aporta al ser humano mejoras psicológicas, cognitivas, sociales y neuromusculares. Y es que a pesar de la percepción de la sociedad de que este tipo de tratamientos van destinados únicamente a personas con diversidad funcional, pueden beneficiar a cualquier persona funcionalmente sana que tenga problemas familiares, de pareja, estrés, depresión e incluso favorece la recuperación de personas con cáncer.

«Para mí es la intervención con animales con más ventajas al poder interactuar con el animal desde el suelo y desde arriba», expone Didia, quien recalca que se trata de animales muy sensibles que sienten cuando una persona tiene problemas y durante las terapias aumentan su temperatura corporal en algunos grados para transmitir su calor.

De este modo, para un niño con autismo el caballo fomenta la mejora de problemas cognitivos favoreciendo la atención, concentración, memoria y aprendizaje.

El primer paso es un acercamiento del menor al caballo mediante caricias y peinado de las crines para que el animal gane su confianza. Didia coloca un lazo de colores sobre el cuello del animal que el pequeño quita y vuelve a colocar. La terapia concluye con un juego de puzzle que el niño va uniendo subido en el caballo, junto con respiraciones y un abrazo final al animal.

Sin embargo, en una misma sesión, que suele durar una hora, Didia incorpora sesiones de confianza haciendo que el menor levante los brazos con el fin de mejorar coordinación y equilibrio.

Esta actividad entra en el nivel neuromuscular que contribuye a mejorar la postura, el tono y el control muscular, así como la elasticidad, agilidad, la orientación y coordinación neuromotora. Se trata de una parte de la equinoterapia que también ayuda a los niños con parálisis, y fomenta la disminución del dolor que provocan enfermedades como la fibromialgia o el cáncer.

Del mismo modo, en su nivel psicológico, la equinoterapia mejora la autoestima y el autocontrol en trastornos de la personalidad o el autismo, así como en personas que padezcan estrés, depresión, ansiedad o fobias.

Por último, en el nivel social, la terapia con caballos beneficia a las personas en habilidades comunicativas, el lenguaje, el respeto y la confianza en los demás, mejorando las interacciones sociales.

No obstante, la simple conexión con el animal y el entorno natural promueve que la persona se sienta mejor consigo misma y se relaje descargando la tensión.

«Los humanos somos química y esos procesos psicológicos liberan hormonas del cuerpo que los caballos pueden detectar. Sienten que pasa algo y ayudan a la persona», concluye Didia, quien abre las puertas de la Pluma de Pegaso a quienes sientan la llamada de la naturaleza y quieran seguir «el camino a la felicidad».