Santiago López, un investigador y empresario actualmente jubilado, construyó a finales de los 90 una depuradora de purines en Almargen por encargo de la Cooperativa Agroolivarera San Cosme y San Damián, cuya tecnología le valió reportajes en televisiones y periódicos de todo el país.

Tras una inversión de 120 millones de las antiguas pesetas, el experto en depuradoras de purines creó un sistema que permitía convertir estos residuos en agua con niveles muy aceptables y abono, que posteriormente podría ser vendido. Además, permitía procesar 400 metros cúbicos al día.

La tecnología de la depuradora era tan avanzada que para el final del tratamiento con productos químicos fue necesario importar desde Francia un generador de ozono, que de alguna forma justificaba la elevada inversión.

Sin embargo, la planta cerró en apenas dos años. Santiago considera que fue porque la cooperativa comenzó a cobrar por el servicio que al principio era gratuito y dejaron de comprarse los productos químicos para el mantenimiento. Asimismo, dice que no se abandonó por el coste, ya que según el experto era de tan solo 1,60 euros por metro cúbico de depuración.

Fuentes de la cooperativa indican que el coste de mantenimiento sí era muy elevado y que los resultados que prometía en un principio Santiago López no se cumplieron. Además, inciden en que tampoco recibieron algunas subvenciones que esperaban y optaron por cerrar antes de seguir perdiendo dinero.

La misma historia se dio en otra depuradora construida por López en una granja de Teba, la cual contó con una inversión de 50 millones de las antiguas pesetas.