Cuando las malas contestaciones dan paso a conductas de desobediencia, desinterés en los estudios, aislamiento e incluso episodios agresivos, los adolescentes y familiares entran en una espiral que si no se sabe parar a tiempo o pedir ayuda, puede hacer que la situación en casa se convierta en un infierno para todos.

Ante esta realidad silenciada que viven muchos, Acude Vitalis abrió sus puertas el pasado septiembre de su primer centro de residencia, ubicado en Coín, destinado a menores de entre 12 y 17 años que combina su actividad formativa con la terapéutica. El primero en Andalucía, según indicó la coordinadora general del programa Acude, Marta Castro, que continúa la formación académica del menor mientras trabaja otras cuestiones terapéuticas para retomar su camino.

Menores que consumen sustancias, bajo rendimiento escolar, trastornos de apego, ansiedad, agresividad, depresión... Los motivos que llevan a una familia a plantear el ingreso del menor son diversos pero todos tienen algo en común, la interacción entre familia y adolescente es inexistente, según expone Castro.

Tras evaluar el caso entre todos los profesionales y trazar una hoja de ruta personalizada, el menor suele ingresar un curso lectivo, con posibilidad de ampliar hasta seis meses, en aquellos casos que se estime necesario. No importe que el curso esté empezado, el expediente escolar se traspasa y el menor comienza una nueva etapa.

El día comienza a las 7.45 horas cuando se levantan para asearse, desayunar y estudiar como harían en clase, tras una charla de motivación entre todos los participantes. Las tardes difieren a la rutina habitual de un menor en casa. La práctica de ejercicio es una parte esencial dentro del programa, una forma de poner en práctica otros valores como el trabajo en equipo o la solidaridad, que ayuda a los menores a reencontrarse. «Los menores cuando empiezan a incomunicarse, aumentar o bajar de peso, aislarse, tener trastornos del sueño y secretos es que algo no va bien», explica la coordinadora.

Las actividades deportivas las combinan con otras menos usuales que los menores nunca han llevado a cabo. La práctica de yoga, mindfulness, actividades artísticas o las labores propias que llevan a cabo en un huerto ecológico se combinan durante la semana. «Hay menores muy rotos, con ansiedad y baja autoestima, que cuando trabajan en el huerto les devuelve la sensación de estar en contacto con la naturaleza. O el mindfulness, a camino entre la meditación y el yoga, les ayuda a través de la respiración y los movimientos a estar en contacto con su ser», detalla. Una última reunión y puesta en común del día y a por la siguiente jornada.

Trabajar las pautas de comunicación, el cumplimiento de las normas de casa, motivación permanente con los estudios, aprender a hacer uso de las nuevas tecnologías y gestionar el ocio y tiempo libre son los cinco grandes bloques que se trabajan en estas instalaciones pensadas para un máximo de 16 menores, en habitaciones de tres.

La familia es una parte fundamental en este proceso y también existe un compromiso por parte de los padres para que asistan a las terapias de grupo de padres e individuales.

Premiar la evolución del menor es una de las premisas de este centro y en cuanto están preparados comienzan a regresar a casa durante los fines de semana para tomar contacto con su realidad. «No es bueno estar más de nueve meses pero en el caso de algunas patologías, como el consumo muy asentado o familias disfuncionales, se podría ampliar», reafirma. Unos meses en los que salen problemas de autoestima, bullying o trastornos que se abordan con el menor de manera personalizada. El alta residencial es el paso final. Una etapa en la que se le hace un seguimiento en el centro ambulatorio que tienen en Málaga capital y que hace que el menor tome las riendas de su vida.