Uno de los primeros efectos que me causó el breve consumo de 'Maestros de la costura', el lunes pasado en La 1, es que me interesa cero patatero la propuesta como producto de televisión. Algo que ya intuía y sólo tuve que confirmar.

Conozco a diseñadores, a gente que dibuja, hace patrones, elige telas en mercadillos, que se tira meses sacando a flote una colección antes de presentarla y no arma los numeritos de estrella histérica que vi la noche del estreno en el jurado del programa.

Me resultó desagradable el dios de cuyo taller salen trapitos que visten la desnudez de la reina Letizia Ortiz, así que no tengo necesidad desde mi casa de aguantar a Lorenzo Caprile, por nadie pase. Y tampoco he de ver como normal la cara de acelga, enfurruñada con todos, hablando como quien dictamina sobre la vida y la muerte, de María Escoté, que no, mujer, que no.

Pero el efecto de este 'MarsterChef' de la aguja y el dedal -misma productora, misma dinámica, mismo ambiente cuartelero, idéntico esquema- va más allá de los gustos de quien escribe o del espectador anónimo. La primera batalla en audiencia la ganó este concurso, que ha supuesto un pequeño terremoto -creo que no sé si durará, la verdad- en la competencia.

Telecinco actuó con canguelo retirando 'Mi casa es la tuya' del lunes para llevársela a otro día de la semana. Y puso en su lugar 'Got talent', la gallinita que, tanto y tanto se usa, tal vez deje de poner huevos. No dio resultado. Ganó la aguja y el dedal. Las cucamonas entre bambalinas de Santi Millán, y los agarres forzados entre el jurado del talent show ni siquiera alcanzó los dos millones. La parte más divertida es que Telecinco ha empezado a mirar de reojo a TVE, que triunfa con lo inane.