La semana pasada me explicó un amigo de cuyo nombre no quiero acordarme que esta selección nuestra de baloncesto está acabada. Que el seleccionador ha perdido el mando, que los jugadores son muy viejos, que falta hambre, que no hay el talento de antaño y que no pueden estar Ribas y San Emeterio en casa y Abrines y Navarro en Río.

Acababa aquel día de ganarnos Brasil y dejar a la Roja del básket con 0-2 en la fase de grupos. ¡Ay, ay ay... bendita ignorancia!

Después de pasar por encima de Francia me da que habrá cambiado de idea. Porque ¡qué barbaridad! ¡qué exhibición! ¡qué manera de destrozar a un rival! España luchará por las medallas de Río este próximo fin de semana después de 40 minutos de una demostración de fuerza descomunal ante una de las mejores selecciones del Viejo Continente, convertida en un juguete roto a manos de los chicos de Sergio Scariolo.

Esta selección española merece gloria eterna por su clase, por su saber estar, por su capacidad de superación y por su habilidad para vivir al filo del abismo y jugar en la mismísima frontera de lo imposible, campeonato tras campeonato.

Estamos ante una generación nacida para los grandes días. Falla cuando todavía no hay nada en juego, desespera al personal en cada inicio de Mundial, Europeo o cita olímpica y alimenta el malaje de los agoreros con derrotas inesperadas ante rivales inferiores. Pero cuando llegan el día D y a la hora H, entonces gana. Casi, casi, casi siempre gana.

Es el ADN de Pau y de sus colegas. Ellos lo saben, por eso ni la madrugada de Croacia ni la noche de Brasil mostraron ningún miedo con sus dos derrotas. Mientras el resto de mortales pensaban/pensábamos en un inminente "fin de ciclo", ellos sabían que el día de cuartos de final era en el que no podían fallar. Y que ese día SÍ iban a ganar.

El tiempo, una vez más, les ha dado la razón.

Hace ahora menos de 12 meses, España fue capaz de callar a todo un país con un triunfo incontestable e inolvidable en Lille ante la misma Francia que esta vez quería vendetta de aquella afrenta en su propio Eurobásket, pero que no aguantó nada más que el primer asalto a una España versión 5 jotas.

No hizo falta un imperial Gasol, como aquella noche de septiembre en el Pierre Mauroy de la ciudad gala. Tampoco el mejor Rudy Fernández.

Ni siquiera al Llull estelar y eléctrico de otros días. Esta vez la segunda unidad, la de Hernangómez, Reyes o el Chacho acompañó y arropó a un Mirotic que terminó de callar bocas... si es que quedaba algún agnóstico todavía entre los presentes.

España está de nuevo en la élite olímpica. Como hace cuatro años en Londres y como hace ocho en Pekín. Y llegados aquí, son capaces de todo. Da lo mismo el rival que esté al otro lado del parqué. Hasta mi amigo tendrá que admitirlo. Repito: Gloria eterna para este grupo.