La unión hace la fuerza y la copa de campeones de Europa que la selección española se ha traído de Viena es la prueba. Torres, Casillas, Fábregas, Ramos o Alonso hablaron tras la victoria y en todas sus declaraciones comparecía la palabra mágica: unidad. Juntos podemos, rezaba el lema elegido para la ocasión, y así fue. Así se forjó la mejor ocasión futbolística de España en los últimos cuarenta años. Gente joven, sin ataduras trabadas en los sargazos y la cizaña de la política, unían su fuerza y su talento para ganar un partido de fútbol y una copa que en el plano de lo simbólico entraña un gran valor. Los futbolistas envueltos en la bandera de todos y dando la vuelta al estadio vienés testigo de su victoria encontraron réplica en cien pueblos y otras tantas ciudades de España donde miles de jóvenes se hicieron también a la calle (o siguieron en ella porque habían seguido el partido desde alguna pantalla instalada en la plaza principal del lugar), y la noche se hizo fiesta porque algo noble (y, entre nosotros escaso) se hizo presente. Me refiero al sentido de pertenencia: anoche todos nos sentimos españoles. Los de derechas y los de izquierdas, todos festejamos la victoria de la Selección. Todos nos alegramos de la victoria de España. Esa fue la otra victoria de la Selección. Once muchachos consiguieron el milagro. Gracias, chicos.