Algunos apuntes en fuera de juego respecto a la Eurocopa recién zanjada.

Primero. Mucho se ha hablado de cómo el campeonato ha servido para reinventar y reivindicar la bandera española, lastrada por nuestra historia reciente. Me parecen conclusiones rebuscadamente optimistas: todos queremos estar con quien gana o, al menos, tiene posibilidades reales de hacerlo. Y me quedo con dos imágenes: por un lado, durante un paseo, un ciudadano africano y otro oriental trataron sucesivamente de venderme una camiseta no oficial de la selección; por otro, en mi regreso al hogar tras la final, un desconocido dentro de un coche me pitaba mostrándome eufórico la tela amarilla y roja; yo le contesté con una ´v´ de ´victoria´: todos necesitamos ser parte de algo.

Segundo. Sí, pudimos. El soniquete promocional de Cuatro, el ´Podemos´, vamos, ha resultado detestable. Sobre todo porque es una traslación (eufemismo) del ´Yes, we can´ de la campaña de Obama. Estamos en esa era del slogan intercambiable, moneda común, y no me extrañaría que el "I have a dream..." de Luther King (que, sí, fue malagueñizado tiempo ha en unas elecciones locales) sirviera pronto como lema para un spot de Pikolín.

Tercero. A alguien que sabía mucho de fútbol le preguntaron una vez: "¿Quién va a ganar el Mundial, Argentina o Alemania?". El señor respondió: "Nike o Adidas". Esta Eurocopa la ha ganado de calle Cuatro, que ha capitalizado astutamente a nuestra selección (la que llevaba en una de sus equipaciones el logotipo de TVE) y hasta le ha creado su propio himno y un plan de merchandising (lamentable lo de ese muñeco al que hacerle vudú o ahorcarle para el malfario de los equipos contrarios: luego hablamos de fair play). El resto de cadenas, casi chitón: cosas del interés general.

Cuarto. Mi padre estuvo en el Bernabéu en la mítica final España-Rusia. El domingo, en el previo del España-Alemania, 44 años después, recordó para mí cómo fue todo aquello. Minutos más tarde, se reiría de su hijo por su nervioso deambular en momentos clave del partido y, al final, sonrió satisfecho por el triunfo. No llevaba ni la camiseta de la selección ni quiso hacer patente su españolidad. Pero seguro que esa noche le costó conciliar el sueño.