La cosa de las vivencias es sumamente curiosa. La expresión francesa que se escribe con dos palabras y que es el conocido y tan repetido ´déjà vu´, que por cierto hemos podido escuchar pronunciado como ´dejabú´, tal como se lee. Lo mismo que ´de Jabugo´, pero sin el ´go´ final. Y sin jamón, claro es. Está uno pasando un día normal, tan tranquilo, tan en lo suyo, y de pronto se nos echa encima la curiosa sensación de que justamente aquel instante donde todo se sucede de manera tan natural como era de esperar, en el que no ocurre nada especial, ahí, de pronto, nos viene la impresión dicha: aquello lo estamos viviendo por segunda vez, aquello ya lo habíamos vivido antes. Y eso es todo. Quiero decir que apenas casi nada más notamos. Algo de realidad que estaba siempre ahí y sin cambio alguno, y que se nos ha instalado adentro, se activa de pronto en uno. ¿Es eso tal vez sea todo "déjà vu"?

Antes o después aparece la pregunta: ¿se trata realmente de la repetición de un instante ya vivido, de una sensación del pasado que estaba como guardada en sabe quién qué pliegues de la memoria, y de pronto retorna, vuelve? ¿O es más bien una impresión de cosa vivida ya, que nos es producida por una especie de espejismo mental? ¿Un engaño de la mente, en definitiva? Si hacemos caso a muchos psicólogos y psiquiatras, lo segundo sería más verosímil respuesta. Pero si nos guiamos más bien por la poesía, lo ya vivido un día atrás ha retornado, no se sabe cómo ni por qué, y nos ha devuelto a un tiempo y unas vivencias de ayer. Estoy ahora recordando, cuando esto escribo, ese libro de poemas de Rafael Alberti, "Retornos de lo vivo lejano", lleno de versos de alta y grande inspiración.

-¿Dónde está su patria, dígame?

-Al otro lado, señor.

-¿Al otro lado de dónde? Si se puede saber, claro.

-Al otro lado de este océano : España. Se llamaba. (Y recuerdo a Cernuda).

Este ficticio diálogo pudo haberlo tenido Alberti en Argentina, y un similar intercambio de preguntas y respuestas podría tenerla hoy un argentino en las costas de Cádiz o de la Coruña, mirando al mar. "Argentina se llama, señor. Todavía." Algo así podrá decir. Y quien pone un argentino, pone otro de aquellos increíbles países más allá del "Non plus ultra", que dijera el latino en su creencia, y que más tarde tres pequeñas naves a vela derribaron de una vez por todas, hablando la castellana lengua, esa que al decir del poema épico medieval sonaba como una tuba o trompeta, alta y clara. (¡Ese Poema de Fernán González!).

Pero sin esas añoranzas de las tierras, que es condición inalienable de hombres y de culturas, nos quedemos más bien ahora con los entresijos de la mente, y con los juegos que a veces nos hace, diseñando sensaciones y creando fingidas realidades, o algo como sueños tenidos despiertos. Llámense "déjà vu" y sean lo que sea.

-¿Dónde le pongo el café, señor?

-Al otro lado, gracias.

-¿Al otro lado de dónde, señor?

-Al otro lado del espejo, camarero. Si es tan amable.

Y el camarero deja el café sobre la mesa, me mira un instante, (¿quizá pensando "otro pirado?), y deja el café sobre la mesa. "O al otro lado de esta tristeza. España, se llama." Y me guiño. Yo solo, a este lado del espejo. ¿Se guiñarán los políticos a solas, riéndose para sus adentros del personal "déjà vu"? Los pueblos y sus circunstancias nos repetimos como cánticos cansinos, a veces.