De mensajeros no precisamente adictos a la causa del PP llegan muy buenas noticias para Rajoy. En los sondeos de la Ser se certifica una notable mejora de la imagen del líder del principal grupo de la oposición, que por primera vez aventaja al presidente del Gobierno en el ranking de la popularidad, aunque ninguno de los dos supera el clásico umbral del aprobado, fijado en los 5 puntos. Se quedan cerca pero no lo alcanzan.

También mejora la marca en la prospección sobre expectativas de voto. El PSOE obtendría el 42 % de los votos y el PP el 41%. Un punto de diferencia, lo que supone acortar en 2,5 puntos la ventaja socialista en las elecciones del 9 de marzo. En realidad este sondeo privado del Instituto Opina viene a confirmar las encuestas oficiales del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), cuyo último barómetro trimestral reflejaba un empate técnico entre el PSOE y el PP.

Es a todas luces la retribución del volantazo decidido por Rajoy en el reciente congreso nacional de su partido, marcado por el entierro del aznarismo y la apertura a la colaboración política con el Gobierno en asuntos de Estado, así como el acercamiento a los nacionalismos moderados con base parlamentaria. Este golpe de timón ha producido un inesperado efecto. Ha sido igualmente criticado por el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, el adversario oficial de Rajoy en el Parlamento, y por la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, la adversaria política de Rajoy en el PP.

Tan curiosísimo efecto visual se produjo el fin de semana pasado en sendas declaraciones de Zapatero en ´El País´ y de Aguirre en ´El Mundo´. Ambos arremetían, con distintas palabras y con distintas razones, claro, contra el giro al centro de Rajoy. Para el presidente, es poco creíble pasar del España se rompe al entendimiento con los nacionalistas. Para la presidenta, es sorprendente que gire al centro quien del centro viene. Ladran, luego cabalgamos, podrá decir Mariano Rajoy con toda propiedad mirando a derecha e izquierda. Si detiene por un instante la mirada en las declaraciones del uno y de la otra, tal vez detecte una especie de pinza que, de confirmarse, le daría muchos réditos electorales.

En un extremo de la pinza, la presión del adversario exterior: normal, previsible, legítima. En el otro extremo, la presión del adversario interior: aberrante y autodestructiva, porque visualiza un pleito de familia en el que, para desgracia de la familia, la parte díscola necesita del fracaso de la dirección oficial para mantener sus aspiraciones. Mala cosa para el PP.