El debate sobre economía celebrado en el Congreso enfrentó a un Zapatero empeñado en sembrar confianza entre los ciudadanos y a un Rajoy aplicado en minar la confianza ciudadana en el presidente. Hubiera sido muy poco original repetir un eslogan cuyos derechos de autor se disputan Obama y Cuatro, pero en el fondo, Zapatero esgrimió un contundente ¡podemos! y Rajoy, un demoledor ¿podemos? Zapatero se colocó los manguitos de contable y desplegó una catarata de datos para demostrar que la enfermedad es grave, pero el enfermo, fuerte. Rajoy, coreado por los suyos, exhibió el dossier de anteriores diagnósticos erróneos y, sobre el actual, lanzó un argumento efectista: ¿por qué nos tenemos que fiar de que las recetas sean las adecuadas si el presidente no es capaz siquiera de poner nombre a la enfermedad? Seguramente debe de haber algún estudio de la Universidad de Michigan que explique la capacidad de los humanos para la asimilación de datos. Y deben de existir estudios semejantes que pongan de manifiesto el vigor de la memoria colectiva. Los asesores de Zapatero y Rajoy deberían esforzarse en localizarlos y en ponerlos a disposición de sus líderes. Porque el presidente colapsó con su informe el disco duro de la mayoría de los ciudadanos, y el líder del PP, con algunas observaciones osadas, fue capaz de iluminar algunos rincones oscurecidos de nuestra memoria. Sólo desde el desparpajo irreflexivo pudo afirmar Rajoy que en todos los debates de la pasada legislatura había lanzado alarmas desatendidas sobre la situación económica. Sus alarmas eran otras, y las recordamos muy bien. Tampoco estuvo mal acusar a Zapatero de inoperancia para controlar los precios, cuando los sucesivos gobiernos de los que fue pentaministro fueron incapaces de poner freno a los desbocados precios.