El príncipe Carlos de Inglaterra tiene, entre otros muchos coches de lujo, un Aston Martín de época al que le ha puesto un motor de última generación, movido por biocombustible obtenido a partir de vino blanco. También ha instalado sistemas de ahorro energético en sus varios palacios y mansiones. En tan alto miembro de la realeza es un actuar encomiable, pero a la vez sirve de ejemplo extremo del mal enfoque de la ecología. El asunto no es ahorrar algo en todo aquello que se consume, sino en consumir mucho menos, pues cada bien o servicio consumido tiene dentro gran cantidad de energía. El ahorro energético está bien, pero no dejan de ser paños calientes para curar una enfermedad mortal. Sólo un cambio radical del modelo de consumo, del modelo económico y del modelo de vida, y un nuevo pacto con la naturaleza, pueden alejarnos del desastre anunciado.