Del reciente debate en el Congreso sobre la crisis económica esperábamos el fin del síndrome del piloto borracho que afecta al ciudadano cuando mira hacia el Gobierno en busca de soluciones para salir del bache. Eso, como mucho. Como poco, que la confrontación política en la Cámara no empeorase las cosas. Creo que sólo hemos logrado lo segundo.

El miércoles pasado fuimos testigos de una nueva entrega de voluntarismo y camuflaje semántico por parte del presidente del Gobierno. En consecuencia, la sesión extraordinaria nos dejó más o menos como estábamos, con la cabeza caliente y los pies fríos porque, en general, tanto Zapatero como el resto de los portavoces parlamentarios volvieron a recrearse en la mera descripción de los síntomas.

Nada nuevo en cuestión de terapias. Por un lado, las "35 medidas para el impulso de la economía", una recopilación de medidas ya aprobadas a principios de esta legislatura y al final de la pasada. Y por otro, las 21 nuevas medidas anunciadas por Zapatero en el "Informe Económico del Presidente del Gobierno 2008", presentado hace quince días en el CES.

Tampoco había nada novedoso en las medidas del PP entregadas aparte a los periodistas, mientras Rajoy se explicaba en el hemiciclo. Sus propuestas consisten en rebajar impuestos a las empresas, limitar los precios en sectores regulados, reducir el gasto público, aumentar las deducciones por hipotecas y favorecer la competencia.

Mientras tanto, la caja negra de la economía nacional sigue llena de víboras. Cuando a Zapatero le da por meter la mano, las cifras le clavan los dientes. Las últimas fueron las del desempleo en junio. Casi 37.000 parados más, algo insólito en una potencia turística a las puertas del verano. Y vamos de nuevo hacia los dos millones y medio de parados, una pesadilla olvidada.

Ese dato desmiente el carácter "discutible" que Zapatero le atribuye a la crisis económica. No hay nada que discutir cuando suena tan cerca el clarinazo del paro. Un indicador contante y sonante del mal funcionamiento del sistema productivo pero, sobre todo, el gran precursor del malestar social. Por tanto, podemos dar fe y levantar acta de la crisis con números. Cualquiera puede describir la crisis, detectarla, porque la aritmética no engaña. A diferencia de la semántica.