Advierte el presidente de Caja Madrid que las hordas de morosos se acercan al galope. Lo de las hordas es de mi cosecha, pero el verbo galopar devenga derechos al señor Miguel Blesa. Será por mi educación, pero el verbo galopar unido a moroso, en el contexto que vivimos, me suena a amenaza de apocalipsis. Si además la frase se escucha el mismo día en que las predicciones del BBVA avisan de que la economía española se aproxima al crecimiento cero, el gobernador del Banco de España manifiesta que la crisis podría prolongarse "más de lo esperado" y la principal sociedad tasadora inmobiliaria del país constata que los precios de la vivienda siguen desplomándose, la asociación de ideas viene sola.

Ocurre que el ejército de potenciales desarrapados galopantes son los mismos ciudadanos honorables que hace unos pocos años se acercaron a las oficinas bancarias con todos los documentos sobre su patrimonio, animados por una banca manirrota que apuraba los límites del crédito. Y por empresas inmobiliarias que justificaban sus desorbitados precios haciendo ver a sus clientes que en realidad no estaban comprando una casa, sino suscribiendo un formidable plan de jubilación. Ni los unos ni los otros preveían que los tipos volvieran a engordar ni que aquella fantasía inmobiliaria pinchase. Y si lo previeron, callaron.

Después están los ayuntamientos y las autonomías y los sucesivos gobiernos, que vieron en el fenómeno una formidable maquinaria para afianzar el crecimiento mientras cambiábamos -todavía estamos en ello- de modelo económico. Y cómo no, los propios endeudados, ingenuos ciudadanos que creyeron que la historia no se repetiría jamás a pesar de haber vivido épocas en las que la inflación, los tipos de interés y las cifras del paro tenían dos dígitos.

Si los gobiernos se apuntan los éxitos de la bonanza económica como únicos artífices del milagro, es lógico que los contribuyentes miren a los gobiernos cuando vienen mal dadas. Pero el resto de los actores económicos no deben eludir sus responsabilidades en el desaguisado, incluidos quienes ahora advierten de amenazadoras galopadas. Ahora que el presidente Zapatero ha levantado el velo sobre la palabra tabú y ya podemos hablar de crisis, estamos en condiciones de dar un par de vueltas a la palabra fetiche: confianza. El problema es que quienes padecen la crisis, galopan a lomos de sus deudas y advierten que el camino será ´largo duro y difícil´, como otros recorridos recientemente, no se fían ya ni de sí mismos.