Los congrios que degustaron los mandatarios del G 8 devoran niños muertos. Niños enaguados en el mar cuando no superan el sol, el hambre, el frío, la sed y el oleaje de la travesía de los miserables. Ojalá ese acto de canibalismo indirecto sirva para influir en la genética de estas estrellonas políticas que han olvidado que sólo son los representantes de quienes por delegación avalaron su liderazgo. Ojalá que esa carne de niño pobre deglutida por delegación de unos congrios emplatados entre azucenas confiera a sus células de ´hombres G 8´ el respeto por la miseria.

La grande bouffe

Es probable que el festín de 19 platos de los mandatarios reunidos en la isla japonesa de Hokkaido, para colmo reunidos con la excusa de paliar el hambre en el mundo, haya sido lo más obsceno de esta semana de negritud en las portadas de los diarios. Unas portadas que han persistido en la imagen habitual de desheredados llegando en pateras a nuestras costas por una razón, en una de ellas faltaban catorce de los 48 que habían embarcado en Marruecos en una zódiac para cruzar el Estrecho, y de los catorce, once eran niños a quienes sus madres vieron morir. El mismo derecho tienen quienes son mayores de edad, siempre jóvenes, a que se les dedique al menos una lágrima de papel de periódico. Pero el hecho de que esos once niños terminen muertos y arrojados al mar como carroña para los congrios que luego degustarán los poderosos con azucenas, nos pone a todos frente a nuestra vergüenza también.

Crisis, what crisis

A todos los que formamos parte de una sociedad avanzada que protege y defiende los derechos del niño, pero que utiliza zapatillas deportivas que cosen de sol a sol y dentro de naves con techo de uralita junto a vertederos los niños sin derechos ni protección de los países menos avanzados. A todos los que seguimos señalando a quienes nos sobran cuando las cosas se ponen difíciles a la hora de pagar una hipoteca con la que nos han engañado, y en la que hemos caído con todo el equipo, los coches, móviles, plasmas y todo lo que conlleva, enganchados al engranaje de un consumismo atroz que nos hace infelices. A todos los que no nos damos cuenta ya de casi nada porque llevamos demasiado tiempo mirando para otro lado o no sacando la cabeza de los márgenes del centro comercial, colorista iglesia de nuestro tiempo. Vivir no puede ser sólo esto. Si nadie lo corrige terminaremos pillados in fraganti cuando un día la revolución de los nuevos ´sans coulottes´ (que a diferencia de la Revolución Francesa sí incluyen ahora a los miserables) nos reviente la puerta de la casa que no terminaremos de pagar nunca. 19 platos? Ω Nos pillará, como ya ha ocurrido casi, jugando a las paletas en la playa, con la piel untada de crema solar protección infinita de coco, cuando los niños nuestros señalen con sus dedos que la marea trae al rebalaje, como a crías de cetáceos muertos, los cuerpecitos hinchados de otros niños. De esos niños que los blancos ojos de sus madres negras vieron morir en alta mar cuando los traían a la playa donde los nuestros juegan y se ponen morenos, tan distinta de la playa de la que los otros niños salieron. Una playa donde hoy, sábado de julio, miles de nadies, armados con la furia de la esperanza, aguardan la orden de salida y rezan para que el mar y la noche no les devore para siempre. Para evitarlo, por ejemplo, la Unión Europea ha librado para el periodo 2008-2013 algo más de 20.000 millones de euros. Por hacer una comparativa, háganse cargo de que el presupuesto de la Junta de Andalucía sólo de este año ha sido de unos 30.000 millones de euros. Migajas. ... Y postre Ω Por supuesto, la solución no está en una inmigración descontrolada que favorezca las mafias que les roban sus ahorros para hacinarlos en una trágica patera, y que condena a los que llegan al racismo, a la explotación como ´sin papeles´ en la economía sumergida, en la prostitución y en la droga. Ni está en seguir firmando convenios con sátrapas vestidos de gobernantes que se apropian de las migajas llamadas ayuda al subdesarrollo. Ni en esquilmar sus recursos naturales, ni en un comercio injusto. Está en asumir la insostenibilidad del planeta, en renunciar a parte para no perder el todo, en recuperar algunos valores por encima del enriquecimiento rápido de quienes los compran todos, en invertir en educación, dignidad y desarrollo en los países de origen y olvidar la caridad de una vez por todas; en volver a considerar al ser humano por encima de todas las cosas, cosas, cosas, cosas. Está en no seguir trabajando a favor del dinero en contra de la vida, como denunció el economista José Luis Sampedro hasta que se le cayó la boca. Porque hoy es sábado, reconozco que no es fácil. Nada que importe lo es. Quizá una revolución individual, antes de que llegue la revolución de las masas, sea parte de la solución. Mientras los políticos derraman una pedagogía nefasta sobre una ciudadanía gastada que ya ni les cree ni les censura; mientras las empresas devienen en meros negocios; mientras la Educación para la Ciudadanía sigue fuera del sistema educativo víctima del desacuerdo de Estado de los partidos; mientras los políticos grandes y pequeños comen en restaurantes concertados todos los días como nunca comían todos los días cuando no eran políticos; mientras eso y mucho más ocurre como si fuera normal, que cada uno se levante cada día con el propósito de no enmendar más todo esto quizá pueda servir de algo.