No hay que culpar mucho al político por someterse a las leyes del poder, la primera de las cuales es conservarlo. Si no se sometiera a esas leyes no estaría donde está, por la misma razón por la que no hay aves multicolores en el polo norte. A veces, no obstante, el político nos sorprende con reacciones inesperadas que parecen salidas del corazón. De ese tipo es la reacción de Zapatero ante el último y terrible naufragio de patera, al anunciar que la ayuda española al desarrollo llegará al famoso 0,7 "pase lo que pase en la economía". Es una respuesta fuerte, valiente, que compromete mucho y que, cuando llegue la hora de hacer números y cuadrar presupuestos, sólo será entendida por los españoles si prevalece en ellos, sobre la propia cartera, el concepto de humanidad. Ese tipo de apuestas por el lado bueno de la gente son las que hacen también bueno a un político, y lo redimen.