Por qué nos irritamos cuando alguien pretende insultarnos llamándonos animales? ¿No lo somos, acaso? ¿No somos una peculiar especie dentro del reino animal? Al fin y al cabo, como dice Steinbeck, el hombre es el único animal de la creación que bebe sin tener sed, que come sin tener hambre y que habla sin tener nada que decir.

Cuando alguien acusa a otro de comportarse como un animal, lo hace con fines vejatorios. Cerdo, burro, bestia, animal, pedazo de animal..., decimos con desprecio. ¡Hala, como los animales!, gritamos cuando queremos afear un comportamiento poco respetable. Sin embargo, ¿qué tiene de malo ser como ellos? Los animales se comportan con más espontaneidad y autenticidad que los humanos. Con menos crueldad. Ojalá fuéramos en muchas cosas como ellos. Recuerdo un poema en el que varios monos están en un árbol (el mono es un animal arborícola que habita sobre todo en los árboles genealógicos) viendo cómo los hombres se pelean y se matan entre sí. Se niegan a aceptar que esos seres sanguinarios sean descendientes suyos. Qué vergüenza para su especie.

Sobre los animales volcamos interpretaciones antropomórficas. El gallo es arrogante, el lobo es rapaz, el camaleón es hipócrita, la hiena es cruel (por cierto, la hiena duerme al raso, se alimenta de carroña y hace el amor una vez al año, ¿de qué diablos se ríe?), la cigarra es holgazana, la hormiga es avariciosa, el cerdo es sucio... No hay animal que no tenga su sambenito. El hombre es un lobo para el hombre, decimos. Con lo cual el hombre da una patada al hombre en el trasero del mono.

Los animales sufren, piensan, sueñan. ¿Quién no se ha fijado en la mirada insondable de un perro el día que ha muerto su amo? Mis abuelos, agricultores castellanos, tuvieron un perro al que llamaban Fiel. Un día no regresó a casa. Pasaron dos noches sin saber de él. Descubrieron al tercer día que estaba guardando en pleno campo, casi desfallecido, un saco de trigo que se había caído del carro.

Los humanos hemos escrito innumerables fábulas protagonizadas por animales en las que pretendemos sacar moralejas edificantes. Pero conocemos muy poco sobre el mundo interior de los animales. No debemos olvidar que de todo lo que ocurre en el mundo sólo tenemos versiones humanas. No nos hemos acercado a los animales con respeto, con ternura. Sólo algunos etólogos (recuerdo ahora el precioso libro de Konrad Lorenz titulado en una de sus versiones españolas, El Anillo del Rey Salomón) han sido capaces de asomarse con profundidad y pasión al comportamiento y a las emociones de los animales.

¿Cómo nos ven a nosotros los animales? Bien podría suceder que los gorriones se rieran de los humanos a pico batiente al ver un espantapájaros. Es una señal inequívoca de que allí hay comida para ellos.

¿Por qué se ensañan las personas con los animales, por qué los torturan, por qué los desprecian? La crueldad que muchas veces se ceba en animales indefensos, dice muy poco en favor de la sensibilidad humana.

"Vamos a pescar juntos", le dijo el pescador a la mosca mientras la colocaba como cebo en el anzuelo.

Los animales sufren. Su dolor tiene las dimensiones del planeta. Los niños cortan lagartijas para ver cómo se mueve el rabo una vez separado del resto del cuerpo, los toreros clavan hierros punzantes en los lomos del toro, los gastrónomos pelan vivos a algunos animales para que la vianda tenga más sabor, los cazadores degüellan vivas a las presas para que las pieles tengan un esplendor más admirable, los científicos experimentan en animales con genes y con virus, los ganaderos separan a las crías de sus madres, la familia abre la puerta del coche y abandona al perro a su suerte, los vecinos del pueblo mantienen la costumbre de arrojar un burro desde el campanario de la iglesia parroquial o persiguen y zahieren a los toros hasta que caen al mar en las fiestas del pueblo... ¿Por qué tanto dolor? ¿Para qué tanto sufrimiento?

El hombre admira las grandes dotes del animal, pero sabe que aún más admirable es su propia inteligencia, capaz de imaginar un perro jugando al póker.

- Tu perro es muy listo, le dijo Aristóteles a Platón cuando vio a éste jugando al póker con el animal. - No tan listo como parece; siempre que le llegan buenas cartas mueve el rabo.

Hay que respetar a los animales, que habitan con nosotros el planeta. Hay que cuidarlos como seres capaces de sufrimiento. Hay, incluso, que amarlos. No es verdad que el amor de los humanos a los animales reste solicitud por los congéneres. La solidaridad no tiene límites. La personas sensibles con los animales lo serán probablemente con el resto de los humanos. Por eso apoyo incondicionalmente la discusión en nuestro Parlamento del proyecto no de ley sobre el Proyecto

Gran Simio, en el que se reconocen y garantizan sus derechos, en el que se prohíben el maltrato, la esclavitud, la tortura, la muerte y la extinción de los simios.

Creo que, afortunadamente, los jóvenes de hoy tienen mayor sensibilidad que los adultos. Creo que ha crecido la sensibilidad hacia el mundo animal. Pero todavía queda mucho camino por andar.

Los animales forman parte de nuestro mundo. Una parte muy respetable. Forman también parte de nuestra cultura. No hay que olvidar al loro de Flaubert, al cuervo de Poe, al cisne de Saint-Säens, al albatros de Baudelaire, a las moscas de Sartre, a la ballena de Melville, al águila de Tenysson, al escarabajo de Kafka, al mastín de Baskerville... Los animales: magníficos compañeros de viaje. Lord Byron escribió sobre la tumba de su perro el siguiente epitafio: "Aquí yacen los restos de un ser que poseyó la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y la belleza sin la vanidad". Es probable que el tamaño de la lápida no diera para más.