Ya lo dijo el mayor asesino en serie de la historia. El padrecito Stalin, homicida mayor del orbe, perito en crímenes, lo soltó y se quedó tan campante: "Un muerto es una tragedia y un millón de muertos una estadística". El mandó a los brazos de Dios, antes de tiempo, a treinta millones de paisanos, no de enemigos exteriores, sino de ciudadanos propios, de súbditos. Y viene esta entradilla a cuento de la noticia más estremecedora de la semana recién pasada. Más de cincuenta personas han dejado sus vidas en lo mares fronterizos con Canarias y Andalucía tratando de huir de la desesperación en la que lo tienen sumidos un hatajo de regímenes despóticos y criminógenos y antes los que, la asimismo llamada civilización occidental, no mueve un dedo, no vayan a salir a las calles las patuleas de progres a gritar "no a la guerra". Pues miren por donde, yo estoy con el padre Mairana, el padre Vitoria, el padre Suárez y con toda esa flor y nata de la Teología Española del siglo XVI Y XVII que consideraron el tiranicidio como algo legítimo y moralmente aceptable. A no dudarlo. Los tiranos, llámense Mengistu, Castro, Sadam, Assad, Pol-Pot, Kim Jong, y añadan los que ustedes gusten a la ominosa lista, deberían desparecer de escena por las buenas o por las malas. Dicho esto, hay más culpables de esta barbarie de seres humanos muertos de hambre y de sed en alta mar y tirados por la borda por los demás, por puras razones sanitarias. Están aquí, estamos aquí, a este lado del mismo mar. Son, en primer lugar, la cuadrilla de políticos impresentables que se han dedicado a hacer demagogia, por unos miserables votos, dando voces y llamando a estos infelices a que estén aquí con nosotros, ahora, cuando los expedientes de regulación de empleo se cursan por docenas, todos los días, y vamos camino de los diez millones de parados, otra vez. Son, y hemos sido, los irresponsables que en distintas organizaciones humanitarias hemos fomentado esa venida a la nada, al paro, a la marginación, a la desesperación. Craso error.

Este problema, esta tragedia, este rayo que no cesa, para mí, sólo tiene una salida: Los países ricos tienen que empobrecerse y los pobres enriquecerse, equilibrar la balanza, que se llama. Y ¿cómo se hace eso? Pues mire usted, no es políticamente correcto, no da votos y es muy impopular, pero creando y creyendo en el libre comercio, que es lo que otros llaman comercio justo. Es sencillo, si los aguacates senegaleses son más baratos que los nuestros habrá que comprar los de allí, y el que dice aguacate, dice aceite, dice minerales o dice trigo. Naturalmente que nuestros agricultores, nuestros industriales y nuestro sistema económico no están por la labor. Y esos son votos. Eso se llama proteccionismo y aranceles. Ahí duele. Es más: no es siquiera un problema de nuestros agricultores. La malhadada Comunidad Europea, a la que el pueblo contribuyente se empeña en mandar a la porra cada vez que le preguntan, es un invento que pivota sobre dos pilares: Francia y Alemania. Tenemos abundantes pruebas de la amabilidad con que los gabachos han tratado, con frecuencia, nuestras fresas, nuestras lechugas y demás. Nos han volcado camiones, nos los han quemado y sus conductores han tenido que huir, pies en polvorosa, ante la complicidad de los llamados agentes del orden de aquellos países.

Naturalmente que hablarle a estos cafres de comercio justo, de libre comercio o cosas por el estilo es como hablarle del misterio de la Santísima trinidad a Jack el Destripador. Una auténtica pérdida de tiempo. Mientras, continuará incesante el goteo de muertes en el mar. Llegarán a ser mera estadística, sólo números. Y no más tragedia.