Se dice en algunos noticiarios que Martinsa-Fadesa ha sido la primera gran víctima de la crisis inmobiliaria en España, pero debe tratarse de un error: las primeras y mayores víctimas de la crisis inmobiliaria en España han sido los millones de ciudadanos que tuvieron que hipotecar sus vidas, endeudándose hasta lo inconcebible, para vivir bajo techo, o, más exactamente, para pagar por una vivienda el precio disparatado, descomunal, desproporcionado, que les impusieron los Martín, o los Jove, amparados, si no estimulados, por la complacencia irresponsable y antisocial de los últimos gobiernos. Podría argüirse, no obstante, que cuando los del ladrillo ponían esos precios y la banca casi obligaba a la gente a solicitarle préstamos para pagarlos, no había crisis, pero ahora sabe todo el mundo que la crisis inmobiliaria en España era exactamente eso, aquél humo, aquél timo y aquella locura, y que hoy ya no hay crisis inmobiliaria ninguna, sino descenso a la realidad, un descenso que para la mayoría, que no para Fernando Martín ni, desde luego, para el que le vendió el momio, es, eso sí, un descenso a los infiernos.

La suspensión de pagos de Martinsa-Fadesa es eso, una suspensión de pagos, del pago de sus deudas contraídas con todo quisque, pero no es probable que a causa de ello le quiten nada, y mucho menos la casa en la que vive, al señor Martín. A las desgraciadas víctimas del tinglado que contribuyó a montar, a los enredados en las mallas de la moderna usura, a los curritos que se les disparan las letras de la hipoteca interminable, les quitan la casa si no la pagan, esto es, si se declaran, como Martín, en suspensión de pagos. Dirán los intocables del ladrillo que, con esto de la crisis, no venden una escoba, pero, ¿dónde está el dinero que sacaron cuando, hasta ayer mismo, se hincharon obscenamente a venderlas?