El ´caso De Juana´ sienta al Gobierno español en el diván. Salvo los casos de algunos jerarcas nazis que al término de la II Guerra Mundial se ocultaron en el sur de Alemania (con la complicidad de las autoridades de Baviera), no hay precedentes de la vuelta de un criminal no arrepentido al lugar donde viven algunas de las víctimas de su organización terrorista. Oír decir al ministro de Justicia que espera que De Juana "haya aprendido la lección" y que lamenta que este caso se esté tratando de un modo "no útil para la sociedad", desarma cualquier esperanza de que algún día el bien triunfe sobre el mal.

Los políticos están a lo suyo y, de la misma manera que hace dos años nos vendieron la moto de De Juana como ´hombre de paz´ (Zapatero es como el dios Jano), ahora nos dan la matraca repitiendo lo que por obvio no deja de ser motivo de escándalo. Ya sabemos que De Juana ha cumplido su pena y debe salir de la cárcel. Cierto, ha cumplido la pena: 21 años de prisión, por 25 asesinatos. Por conducir con tres copas y sin carné, a uno le pueden caer un año de prisión. Más que por matar a un hombre. Estas son las cosas que deberían preocupar a nuestros gobernantes. Y el escarnio que supone para las víctimas tener que coincidir en la escalera de su casa o en las calles de su barrio con un asesino que nunca ha pedido perdón. Tengo para mí que si hubiera sido condenado por violación tendríamos en pie de guerra a media España. Ahora sólo escucho la voz de Mayte Pagaza clamando contra la burla que supone para la víctimas la vuelta a San Sebastián del personaje que brindaba con cava cada vez que un colega suyo asesinaba a alguien por la espalda. Ya digo, el ´caso De Juana´ sienta al Gobierno en el diván.