Un amigo paseante se indigna cada vez que hablo de fútbol en esta columna. El vive en la burbuja de la trascendencia, de la que, a lo más, baja a la burbuja política. Sin embargo el cambio de seleccionador nacional es demasiado importante como para pasarlo por alto, por mucho que, tras la gesta de Viena, se haya desinflado la burbuja futbolera, en la que tan felices fuimos unos días, y nos hayamos pegado contra la flácida burbuja del ladrillo. Vicente del Bosque, aparte saberlo todo de fútbol, representa un punto de continuidad con Luis Aragonés en aspecto de gran importancia: tiene tan poco glamour como éste. Son dos currantes, con aspecto de metalúrgico prejubilado, chigrero de barrio o sargento chusquero, gastan poco en ropa y no se montan posturas, cortes de pelo raros ni frases ingeniosas. O sea, son gente de fiar, a la que no se le escapa la fuerza por el aura.