A mi ciudad, a esta "niña trimilenaria" como me ha gustado llamarla en ocasiones, quieren ponerle ahora fecha de nacimiento. Un investigador y escritor malagueño, Enrique del Pino, propone la del 584 a. C. a sabiendas de que se trata de algo inexacto "pero que tiene visos de similitud", y además la gracia de cuadrar para que en 2016 pudiéramos celebrar el 2.600 cumpleaños.

No estoy seguro de que necesitemos una fecha concreta, una efeméride, y menos aún de que nos haga falta inventárnosla. Seguramente del Pino o cualquier otro investigador de la historia local podría encontrar en esos 2.600 años de historia vivida un millar de fechas a conmemorar (algunas, incluso, más razonables que las de la feria, que conmemora la conquista cristiana de la ciudad, que al mismo tiempo significa la masacre sufrida por los malagueños de aquel tiempo, la quema de parte de la población judía, la venta como esclavos de los que sobrevivieron?) sin tener que andar especulando.

Precisamente, el día en que Alfonso Vázquez nos contaba la propuesta "aniversarista" de Enrique del Pino, Manuel Laza Zerón en su certera columna nos hacía caer en la cuenta de que "nuestra cultura, de raíces hebreas y griegas, está fuertemente ligada a los números (?) Pertenecemos a un universo cifrado, y todo eso, cuando se para uno a pensarlo despacio ¿puede llegar a agobiar, incluso a situarnos un paso más cerca de cierto modo de demencial horror?".

A mí sí me lo parece, Manolo, maestro en tantas cosas. Los números tienen ese algo brutal que ya intuyó Apollinaire, un afán aplastante del que siempre he desconfiado. Por eso no termino de ver clara la necesidad ni la oportunidad de ponerle a Málaga, a esta muchacha de arena que se hace y se deshace a sí misma desde hace tanto tiempo, una fecha concreta de nacimiento, un cumpleaños incierto y de cartón piedra que marcar en rojo en el calendario. Entiendo, sin embargo, la buena fe de Enrique del Pino, su interés en beneficiar a la ciudad, queriendo dotarla de un referente que la "anclaría en el tiempo", pero es ahí precisamente donde veo cojear todo este asunto, porque Málaga nunca ha tenido anclas ni ha parecido necesitarlas, y menos una tan difusa y discutible. Son muchos los autores que han especulado y teorizado sobre la creación de la ciudad, como, sin ir más lejos, Manuel Laza Palacio en el número 6 de la Revista Gibralfaro (Málaga, 1956), quien, coincidiendo con Guillén Robles, señala que la toponimia de Gibralfaro sugiere un origen fenicio (Airós -ciudad- y Gib -monte, igual que en árabe- Monte de la Ciudad), y eso la sitúa al menos en el siglo ocho antes de Cristo, o sea, dos centurias más atrás de lo que propone del Pino. No quiero, sin embargo, abrir un debate histórico que no nos llevaría muy lejos. Sólo se trataba de señalar que Málaga no necesita cumpleaños, que no está mal así, indefinida en el tiempo, con ese algo de misterio que tan bien le sienta.