La marca PSOE no es sólo un referente histórico de la democracia en España sino también el producto político que mejor se promociona a través de un marketing digno de las mejores campañas de Coca-Cola. Las aportaciones de José Blanco definieron ya un antes y un después en la venta de una marca política en España, con resultados que están a la vista y que causaron envidia en otras formaciones que se quedaron atrás en sus estrategias de imagen. El PSOE fue, en ese sentido, una auténtica máquina, que acertó hasta cuando jugó con audacias, en apariencia frívolas, como lanzar ZP como segunda marca electoral. Nadie puede discutir los recientes éxitos electorales del PSOE y, sobre todo, la modernidad y eficacia de sus campañas, secundadas desde Madrid y sus baronías territoriales sin que nadie rechistase. Tal comunión de intereses aupó a Zapatero a un plácido liderazgo del que ni siquiera el dios Felipe González pudo disfrutar en sus tiempos gloriosos de sucesivas mayorías absolutas. Pero ha bastado una crisis económica para que todo ese andamiaje empiece a ceder. El PSOE sigue siendo el PSOE, continúa gobernando en España, tiene, por tanto, mucho poder, pero su marca ya no reluce tanto. Y la de ZP, todavía menos.

Cataluña y Galicia, dos comunidades presididas por socialistas, donde no tardarán en celebrarse elecciones autonómicas, ya están emitiendo señales para desmarcarse de Ferraz y de Moncloa. Conscientes de la asociación de ideas que hará la gente entre Zapatero y la crisis, Montilla y Touriño empiezan a tomar distancias. Desde el PSC ya hablan de recuperar su grupo parlamentario en el Congreso, donde ocupan 25 escaños, y desde Galicia llevan más de un mes buscando referentes galleguistas que ahora vinculan a la financiación autonómica, en medio de reparos a los criterios de partida de Solbes. En el fondo, lo que temen unos y otros es que la crisis se los lleve a todos por delante, y por eso intentan definir un marketing propio. Mientras, José Blanco da paso a Leire Pajín. Y es que los de Lugo nunca se pierden.