Como decía Maragall, España es un Estado tan federal como cualquier otro de los Estados federales que hoy existen en el mundo y la diferencia estriba en que aún no le llamamos así. Y es que la organización territorial de España es sustancialmente idéntica a la de cualquier Estado federal. Es más, en la obra que la Universidad La Sapienza de Roma ha editado con el expresivo título ´Quale, dei tanti federalismi?´, el modelo federal español se analiza después del modelo de los EEUU, y antes del belga, el suizo, el alemán o el austriaco. No le faltan, pues, argumentos al primer secretario del PSC y presidente de la Generalitat, José Montilla, cuando plantea avanzar hacia un Estado federal y ve, con sorpresa, la valoración que le da al asunto la prensa de Madrid, ante la más absoluta normalidad de la prensa de Barcelona, para la que estas cosas casi no son noticia, ya que forman parte del paisaje político de Cataluña.

La historia demuestra que el federalismo ofrece soluciones a los problemas de las divisiones sociales, étnicas y religiosas y que da respuesta a las divisiones políticas, al asumir que hay intereses y valores en conflicto y que dicho conflicto es normal. Normal pero gestionable, ya que los conflictos son en el fondo desafíos y procesos normales de la política. En ese sentido, el federalismo puede conciliar intereses, valores y preferencias diversas que son inherentes a la propia sociedad. Siendo una posible solución para España, el federalismo tropieza en cambio con quienes ven en él un peligro para la unidad del Estado y también con quienes, sintiéndose nacionalistas, no renuncian a la independencia. A la hora de la verdad, sólo el PSC se proclama federalista en España rodeado por la incomprensión dentro y fuera del PSOE, su partido hermano.